martes, 26 de junio de 2012

AITOR, CUATRO AÑOS




Tío Jose, ¿me lees un cuento?”. Hace algunos días, mientras veía la calificación de la Fórmula 1, mi sobrino Aitor se acercaba a mí con un libro de dibujos en las manos y me pedía que se lo leyera. Evidentemente, con esa carita mirándome y esa sonrisa de niño travieso atravesando mi alma, no podía negarme. El cuento estaba lleno de dibujos y casi no había texto. Pero me inventé una historia de animales en la selva donde incluso había tiburones que volaban. Añadí, además, una cierta escenificación dramática, con gestos corporales y con cambios de voces, según los personajes que intervenían en la narración. Solo pretendía hacer reír a Aitor. Pero mis payasadas causaron tal efecto que a los cinco minutos estaba frito encima del sofá. Y yo pude ver tranquilamente el final de la calificación de la carrera.

Aitor es el más pequeño de mis sobrinos. Ayer cumplió cuatro años. Como Héctor y Paula, él también es una de mis debilidades. Podría contar un montón de anécdotas. El domingo pasado le regalé una especie de embarcación teledirigida para que jugara en la piscina. Resulta que el mando a distancia estaba defectuoso, por lo que tuve que cambiar el juguete. Pero él quería jugar ya, ¡aquí y ahora! Y lloraba y me decía:

- Jose, no te lo lleves, que me lo arregla el papá.
- ¿Quién es el papá? – dije yo, haciéndome el tonto, algo que se me da muy bien, sobre todo cuando estoy con Héctor, Paula y Aitor.
- ¡El papá mío! Él es fuerte y lo arregla – respondió Aitor.

Yo le dije que lo había mirado y que no había podido. Pero que pronto le llevaba el mismo yate, que se lo cambiaba en la tienda por uno nuevo que estuviera en perfecto estado. Y él insistió: “Pero que corra más, ¿vale?”.


sábado, 23 de junio de 2012

GENTE QUE VA Y QUE VIENE

Todos evolucionamos con el paso de los años. Esa transformación paulatina nos convierte a veces en mejores personas. Otras, no tanto. Hay evoluciones positivas y también negativas. Personalmente, el paso de los años me está aportando la madurez que necesitaba para saber cuál es el camino que quiero seguir en esta vida. Pero, como he dicho en repetidas ocasiones, nunca sabes qué será de ti mañana, cuál es el sendero que el destino tiene preparado para ti y si los objetivos que te marcaste para hoy serán idénticos a los que tendrás marcados para los próximos días, semanas, meses o años. En cualquier caso, sé qué quiero para mí, en lo profesional y en lo personal. Evidentemente, las circunstancias vitales te llevan hacia un lado o hacia otro y no siempre somos capaces de gestionar la dirección correcta de nuestro destino. Por otro lado, me gusta la gente que transmite vitalidad, energía, ganas de vivir, el deseo de dar un paso al frente para intentar mejorar cada una de las situaciones negativas que puedan surgir por el mero hecho de vivir. Adoro a las personas alegres, positivas y optimistas que despiertan con una sonrisa dibujada en el rostro, que dan los buenos días cuando entran en un espacio público aunque no conozcan a nadie y aunque sepan que nadie responderá, que ven lo bueno de todo cuanto acontece a su alrededor y que se van a dormir también sonriendo. Por el contrario, intento alejarme de aquellos que van y que vienen, que caminan sin rumbo por el sendero de la negatividad y del pesimismo, de aquellos que hoy te quieren y mañana ya no, que hoy te hablan y te comen a besos y mañana hacen como que no te ven, que hoy dicen ser tus amigos y mañana ya no quieren saber nada de ti. Estas personas me descolocan. Así que, sin duda alguna, me quedo con los primeros. Y, por suerte, de estos hay muchos en mi vida.




martes, 19 de junio de 2012

CARTA A UN AMIGO QUE SE FUE


No, no es fácil encajar una noticia como la que recibí ayer. Se hace el silencio, te sientes pequeño en la inmensidad, piensas y te das cuenta de que hoy estás y mañana ya no, de que la vida y la muerte están separadas por un estrecho hilito que se rompe en un segundo, de que pasamos por la vida como aquel que pasea un rato por el parque y cuando se quiere dar cuenta se le han pasado las horas volando, de que la vida es corta como tarde de invierno. O "mañana de abril", como decía la canción de aquel tipo que empezaba su carrera musical por aquellos tiempos en que nosotros no éramos ni veinteañeros y al que calificábamos, muertos de envidia, como un "subproducto de telenovela sudamericana".

Cuando me prometiste hace pocos meses que me llamarías en breve para contarme que, al fin, estabas renaciendo, pensé que te volvería a ver pronto y podríamos contarnos nuestros planes. ¡Tenía tanto que contarte! Escuché una voz tan llena de vitalidad que pensé: “ahora sí. Esta vez sí. Este es nuestro Javier”.

En días como hoy no es fácil describir con palabras qué se siente cuando se pierde a uno de esos amigos que han escrito un buen número de páginas del libro de nuestra vida. ¿Qué te puedo contar? Desde ayer no he dejado de pensar en todo lo que hicimos en aquellos años tan felices de nuestras vidas. No puedo evitar pensar, eso sí, en si podríamos haber hecho algo más, en si podríamos haber estado más cerca de ti.

Te has ido sin decir adiós. Como hacíamos en Maleján cuando la noche se hacía larga y empezábamos a perder horas de sueño. Te vas sin despedirte, aunque dejas con nosotros los recuerdos de vivencias que nada ni nadie ya podrán borrar.

Me quedo con las ganas, mi querido Javier, de darte un abrazo, aunque fuese el último. Pero me quedo también con la imagen de aquel muchacho que siempre sonreía y con el que en noches de verano me tumbaba en la hierba a mirar el cielo para poner nombre a las estrellas.

Espero que descanses lleno de paz en algún lugar del firmamento donde ya no exista el tiempo. Y si existe, que no se detenga. Allí nos encontraremos de nuevo, amigo. Y seguiremos poniendo nombre a las estrellas.