sábado, 28 de julio de 2012

RESURRECCIÓN


I

Aquella tarde volví a sentir la sensación extraña que recorre mi cuerpo cada vez que debo situarme frente al público. Aquellas cosquillas en el estómago nacen días antes del evento y solo se van apagando con los primeros aplausos después de la primera canción. Estábamos montando el escenario entre diálogos de palabras temblorosas, anécdotas, comentarios sobre errores del pasado y ánimos mutuos.

A ratos, me sentía raro. Ese maldito cosquilleo se había instalado en mí y no era capaz de hacer que desapareciera. Quería que el reloj marcara las diez de la noche. Quería empezar. Quería acabar. Quería los aplausos del final. Y quería irme a mi casa a descansar. Al mismo tiempo, soñaba con llenar el local de gente conocida que fuese incapaz de apreciar un error. De hecho, cualquiera de mis amigos confundiría el sonido de un percusionista profesional con el que emite un niño dando golpes en la mesa de un bar.

Ese extraño sentimiento me hacía guardar silencio. Mis compañeros de banda charlaban, reían y se burlaban de mí. Me preguntaban si había aprendido a cantar ya o si había estudiado música con la ayuda de algún curso a distancia. Comentarios típicos entre componentes de un grupo que son, por encima de todo, amigos. Yo no respondía. Mi cabeza volaba. Intentaba centrarme en el repertorio. Al fin y al cabo, solo tenía que cantar diez canciones. A lo sumo, doce. Y eso siempre que el público gritara al unísono “otra, otra”.


II

Pasadas las nueve de la noche, montado el escenario, preparados los instrumentos, ordenados los cables, situadas las partituras en los atriles, realizadas las pruebas de sonido, y con todo listo para el inicio del concierto, nos sentamos junto a la barra del antro de mala muerte que siempre nos daba la oportunidad de lucirnos. Ese día era especial porque era la primera vez que nos iban a pagar por tocar. Habíamos actuado allí en infinidad de ocasiones. Siempre gratis. El dueño, un tipo peculiar, era un antiguo empresario venido a menos después de un divorcio y de una amante que lo dejaron sin blanca. Desesperado por lo que tuvo y perdió, Isma siempre contaba que solo tenía dos salidas: lanzarse al vacío desde lo alto del acantilado más cercano o refugiarse en aquella oscura cueva y ahogarse en alcohol.

Diez años hacía aquel día que había abierto su local. Y como no quisimos dejarlo solo en una fecha tan especial, nos pusimos manos a la obra. Engalanamos su bar con banderas de colores y con cientos de globos. Buscamos la colaboración de diferentes marcas de bebidas. Imprimimos entradas donde ofrecíamos regalos para los asistentes. Colgamos carteles que anunciaban el concierto y la fiesta por toda la ciudad. Isma estaba tan emocionado que se le saltaban las lágrimas, aunque tampoco nos sorprendió, puesto que esto era frecuente a partir de la quinta cerveza o del tercer gin tonic. En una de sus borracheras prometió pagarnos por el concierto de esta noche, pese a que “tendríais que pagarme vosotros a mí por permitiros tocar aquí pese a lo malos que sois”.

De ahí al inicio del concierto, pocas novedades. Fue llenándose el garito de Isma, fueron llegando caras conocidas. Y también desconocidas que acompañaban a las primeras. El reloj marcaba las diez. Se apagaron las luces, mientras un tenue rayo alumbraba el escenario. Se hizo el silencio. Y en unos segundos sonaron las baquetas. Un, dos, tres y… Primeros acordes, primeras notas, primera canción. Todo acontecía según lo previsto. Se calmaban mis nervios poco a poco. Además, los focos me deslumbraban, lo cual me impedía reconocer a nadie entre la multitud.


III

Pero, como siempre, algo tenía que pasar. Esta vida no ofrece respiro. Eso pensé cuando apareció ante mí, a menos de dos metros, la mirada más bonita que jamás había conocido. Sara, a la que hacía varios años no veía, estaba allí. Me miraba. Me sonreía. Bailaba con movimientos dulces, con estilo. Intentaba no fijarme en ella para no perder el ritmo y el control de mi actuación. Y, de pronto, desapareció. “¡Como siempre!”, pensé.

La busqué con mi mirada por todo el antro. Quizás se fue. “¿Tan mal lo estábamos haciendo?”, seguía pensando. Y centrado en el concierto, llegó el descanso. Y aunque muchos de nuestros amigos se acercaron al escenario para saludarnos, di un salto y me dediqué a buscar a Sara entre el público. Diez minutos después, desistí y me dirigí a la barra en busca de la enésima cerveza. Mientras bebía, traté de reconocer a todos los que se habían acercado a la fiesta. Y entonces una voz me susurró: “¿Nervioso por el concierto o nervioso por verme?”. Con mi descaro habitual, respondí: “ni una cosa ni la otra”.

Lo que sucedió a partir de ese momento se convierte en un tópico absolutamente literario que no merece la pena desarrollar. Acabó el concierto. Entre aplausos, nos sentimos estrellas del rock por un instante. Prometí una cena pagada a mis amigos de la banda si recogían mis cachivaches. Y desaparecí.


IV

La noche se hizo corta. Nos contamos todo lo que había sucedido en nuestras vidas durante los últimos cinco años. Sara y yo tuvimos una breve relación. Física. Física y química. Pero nuestros momentos vitales eran diferentes. Era una mujer inteligente. Cuando se graduó, se fue al extranjero. Cuando me gradué, todavía no pensaba en un trabajo con carácter estable. Mi sueño era la música. Quería viajar para conocer, no para trabajar. Y nuestros caminos, después de varios meses de apasionada fusión, de locura desenfrenada, de puro, aunque no casto, amor juvenil, se separaron. Sara voló. Se fue. Desapareció. Y no dejó rastro. Y aunque pensé que volvería, pasaron los años y nunca más supe de ella.

Aquella noche pasaron las horas entre bailes para dos cuerpos que son uno. Daba igual la canción. No nos separamos. Si no hablaba nuestra voz, lo hacíamos a través de las miradas. La narración de nuestras vidas contaba los acontecimientos vividos, sin preguntarnos los porqués. Un abrazo. Dudas. ¿Quién dará el primer, enésimo, paso? Un primer beso. Dulce. Suave. Tímido. Un abrazo más largo. El silencio mezclado físicamente con la química. Más besos. Un beso eterno. Un paseo junto al mar. El famoso acantilado. Y el mismo final de aquellas noches que, cinco años después, volvía a ser portada.

El sol despuntaba ya tímidamente. Clareaba el horizonte. Después del calor, el frío. Arrope con mi chaqueta a Sara y la abrigué con mi abrazo. Y caminamos. Lo hacíamos despacito, como no queriendo que llegara el final. Le pregunté cien veces, o más, si se quedaría para siempre. No respondía. Solo bromeaba con su respuesta e insistía en que había vuelto desde el más allá porque tenía ganas de verme. Y que ahora que había comprobado que era feliz, volvería a marcharse. Pero seguía sin decirme dónde vivía. Yo, que hubiera dado cualquier cosa por no haberla perdido, reconocía en mi fuero interno que Sara era la única mujer por la que sería capaz de abandonar esa libertad que me condenaba cada día de mi vida a estar libre de relaciones que no me llenaban.

Y así, alegre y sonriente por haber encontrado a Sara, e ilusionado con la posibilidad de que esta vez fuese para siempre, la acompañé hasta su calle, como tantas veces había hecho cinco años atrás. Nos despedimos con otro abrazo lleno de amor. Nos besamos. Lloraba. Sus lágrimas regaron el alma de este pobre corazón que, posiblemente, era más sensible de lo que trataba de mostrar exteriormente. Bromeando, agradecí que hubiera resucitado aquella noche para venir a verme y por hacerme recordar aquellos momentos que se habían quedado guardados en el pasado. Le pregunté si nos volveríamos a ver. Me miró. Me sonrió. Y contestó: “tal vez”. Y se alejó despacio. Mi chaqueta le quedaba perfecta. No le dije nada pese a que me estaba muriendo de frío. Era la excusa perfecta para volver a vernos pronto.


V

Horas después, cuando me levanté casi sin haber podido dormir, pensé que todo había sido un sueño. Trataba de recordar cada minuto vivido la noche anterior. Daba igual la fiesta del antro de Isma. Daba igual si el concierto había sido un éxito o no. Solo me importaba Sara. La física, la química y volver a verla. Si se iba, quería marcharme con ella. Si se quedaba, quería estar con ella.

Y como no quería que volviera a desaparecer y pasaran otros cinco años, fui a buscarla. El problema es que sabía en qué calle vivía, pero no recordaba exactamente cuál era su casa. Nunca conocí a sus padres. Ni a sus hermanos. Sabía que eran cuatro. Sara, la única chica. Fue una relación apasionada, donde solo ella y yo fuimos protagonistas. No hubo presentaciones familiares, ni formales ni de ninguna clase. Tampoco es que tuviéramos tiempo. De hecho, no nos lo planteamos. No pensamos en bodas hasta que la muerte nos separe, ni prometimos ser fieles en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida. Durante unos meses, cinco, vivimos el momento. Sin más. Sin pensar en el día después. Hasta que se fue. Y aunque siempre pensé que volvería, pasaban los días, los meses, los años. Y nunca más supe de ella.

Si contara que sin pensar salí de mi casa para buscarla, mentiría. Lo estuve meditando desde que desperté aquel mediodía de sábado. Imaginaba la situación. ¿A quién preguntaba por ella? ¿En qué casa debía picar? ¿Quién abriría la puerta? ¿Qué se supone que debía decir si no era ella quién atendía?

Pensando en todas estas cuestiones, después de varias horas, me acerqué hasta su calle. Pero no sabía por dónde empezar. Quizás la conocían en alguna de las tiendas que allí había. Mostré su foto, la única que tenía, a la dependienta de una de ellas. Varias respuestas negativas y algún quizás más tarde, obtuve la primera de las pistas. Esta me llevó hasta María, quien decía ser amiga de uno de sus hermanos. Era la dueña de una tienda donde se vendía de todo. Inciensos, velas, fragancias para envolver tu hogar de un aroma pacificador. Era un lugar silencioso. Solo se oía el sonido del agua de una fuente pequeña situada en el centro de aquel establecimiento que recordaba a un bazar oriental.

El rostro de María, que sonreía, se llenó de dolor cuando le mostré la fotografía de Sara al tiempo que preguntaba si la conocía. Me pidió que esperara un momento, terminó de atender a unas clientas, y se acercó. Cogió la foto de Sara, la miró en silencio y una lágrima que resbaló por su mejilla susurró a los gritos que algo malo me iba a contar. El cosquilleo en mi estómago, como ayer, resucitó. Mi cabeza, a mil por hora, intentaba descifrar el mensaje que transmitía el dolor que María sentía por mi culpa en ese momento.

Pasaron unos minutos antes de que la amiga del hermano de Sara pudiera articular palabra. Con los ojos húmedos, me contó que había sido novia de Lucas, uno de los hermanos de Sara. Y entre sollozos narró cómo una madrugada, algunos años atrás, la policía se presentó en el domicilio familiar para dar cuenta de la peor de las noticias. Sara había sufrido un accidente de tráfico en la ciudad en la que residía mientras estudiaba su doctorado.

Eso no era posible. Yo había estado con ella la noche anterior. Y no era un sueño. Creí estar volviéndome loco. Conté a María lo sucedido. Hablamos durante horas. Me pidió que no me acercara a la casa de Sara para no hacer revivir el dolor a su familia. Esperé a que cerrara la tienda, puesto que María quiso acompañarme hasta el lugar donde supuestamente reposaba el cuerpo de Sara. Yo no había dejado de temblar desde que había conocido su trágico final. De pie junto a María, ya dentro del cementerio, situados frente a la lápida de Sara, pude leer su nombre. También la fecha de su muerte. La tumba estaba adornada por un montón de bonitas flores recién colocadas. Algunas blancas, otras de colores. Junto a ellas, cómo en el final de una antigua leyenda urbana, mi chaqueta.



sábado, 21 de julio de 2012

CIUDAD DE DIOS

Mirando hacia el horizonte. Inalcanzable. Imposible, como no morir
Desde mi pequeño y siempre disimulado rincón del mundo, escondido cuando huyo de vanidades que arden en la hoguera, donde solo por el tejado podría entrar el sol, si no fuera porque siempre es de noche, donde solo las estrellas alcanzan para contemplar el sendero iluminado que marcaste con palabras sabrosas de cándida indecencia, donde solo algunos privilegiados han podido recorrer caminos de espléndida hermosura, donde las flores extienden sus alas de colores para dar la bienvenida al nuevo día, desde donde observo como mares y montañas se cruzan para conformar un horizonte inalcanzable, imposible, como no morir, allí donde guardo mi escudo y mi armadura, me cubro el rostro con las manos pero me descubro ante ti para sostener con excelsa rotundidad que seguiré escribiendo cada providencial capítulo en el libro de esta vida que no duele. Porque no, porque el destino no está escrito, ni marcado, pero este pensamiento agustiniano no deja de susurrarme al oído que nada es casualidad, que las cosas pasan porque (cuando) tienen que pasar.



martes, 10 de julio de 2012

NO SE ME DAN BIEN LAS DESPEDIDAS

Esta cara ponía Vendegush cada vez que me despedía de él
Para todos aquellos que son importantes en mi vida: nunca se me han dado bien las despedidas. De hecho, por más que busco, por más que lo intento, no encuentro palabras bonitas para narrar el momento que ponía punto y final a unas sesenta horas juntos. ¿Será verdad eso de que la vida está compuesta de pequeños grandes momentos? ¿Serán las despedidas uno de esos grandes momentos? Y, dado que la inspiración me ha abandonado, tan solo quiero expresar un deseo: volver a veros muy pronto.



domingo, 8 de julio de 2012

DEJAR DE IMAGINAR

Besos frente al Big Ben
Dejar de imaginar para descubrir. Descubrir cómo es tu cuerpo. Y trepar por él. Y alcanzar el cielo. Sin soñar. Sin pensar. Solo sentir. Y cerrar los ojos y rozar tu piel con mis dedos para hacerte volar. Dejar de imaginar. Quiero pensar que despierto al amanecer y al darme la vuelta te siento junto a mí. Aquí. O allá. O en cualquier lugar. Y aquel abrazo imaginario se hace realidad. Y atada a mí, atado a ti, noches de diciembre, susurraban versos, que no se olvidarán. Momentos eternos que tienen que llegar. No se olvidarán. Que no quiero soñar. Que quiero descubrir y sentir. Y volver a vivir. Dormir y despertar. Pasear. Que la vida es corta. ¿Para qué sufrir? ¿Para qué llorar? Cuento los días. ¿Volverás? ¡No! ¡No volverás! Seré yo. Iré. ¡Pídelo! ¡Deséalo! ¡Pídemelo! ¡Iré! ¡Vendrás! Y tu cuerpo y el mío se fundirán en un abrazo dorado. En días de verano, en noches de invierno. Siempre. Sin lágrimas. ¡Que no quiero Dafne ni laurel! Espérame. Llegaré. Y dejaré de imaginar para descubrir. Descubrir tu cuerpo. Trepar por él. Y quedarme contigo. Con tu saber hacer. Con tu saber estar. Y no te dejaré escapar. Y no me dejarás marchar.



viernes, 6 de julio de 2012

GENTE, GENTE, GENTE

Gente que va y que viene. Gente que se fue. Un adiós, sin más. Gente que se queda a tu lado para siempre. 60 horas. Menos. Más. Un hasta pronto, porque volveré. Gente que te quiere, gente que te olvida. Gente que critica. Gente que ama. Gente que ríe. Gente que llora. Gente que se alegra de la desgracia ajena. Gente que ayuda. Siempre gente. Gente a todas horas. Gente solitaria. Gente. Gente. Y más gente. Gente que llegó cuando no lo esperabas. Gente que aparece, desaparece y, cuando ya no suspiras, vuelve a aparecer. Gente de aquí, gente de allá. Gente dulce, gente ácida, gente borde, gente árida. Gente cuya sonrisa conquista corazones. Gente en paz. Gente sembrando la semilla de la discordia. Gente que canta, gente sin voz. Gente que grita, gente que escucha. Gente que seduce. Gente que arriesga. Porque el que no arriesga, no gana. Gente que corre y que te hace correr. Gente ignorante, gente sabia. Agradecidos mil, gente que no sabe agradecer, querer, desear, besar, abrazar, reír y llorar de felicidad. Amo a mi gente. Y los quiero aquí. Pronto. Tarde. Hoy o mañana. Pero siempre aquí. Gente que no olvida. No corras, que la vida regala. Gente y Dios. Gente divina. Siempre gente.



lunes, 2 de julio de 2012

EUROCOPA 2012, LA CONTRACRÓNICA

Y para cerrar las crónicas de la Eurocopa de Polonia y Ucrania, no podíamos olvidarnos de los “no futboleros”. Sin duda alguna, el fútbol es uno de los deportes con mayor número de aficionados en todo el mundo. Pero también es verdad que, como acontecimiento deportivo, para muchos no tiene el menor interés. Pero, por el contrario, a estos que no gusta el fútbol, sí están interesados por otros detalles que nos regalan estos grandes eventos y que nada tienen que ver con el resultado de los partidos.

¿Quién no recuerda alguna de las imágenes más vistas en julio de 2010, cuando España conquistó por primera vez en su historia el Mundial de fútbol? Era 11 de julio. La ciudad, Johannesburgo. El estadio, el Soccer City. España, con un golazo de Iniesta en el minuto 116 de partido, a cuatro del final, ganaba la Copa del Mundo. Aquí está el gol contado por los protagonistas del mismo:


El gol fue importante. El más importante de nuestra historia futbolística. Pero detrás del jugador se esconde la persona, el compañero, el amigo. Andrés Iniesta se quitó la camiseta roja y mostró una dedicatoria muy especial. Estaba rindiendo homenaje a Dani Jarque, futbolista del Espanyol, fallecido en agosto de 2009. El link siguiente es emocionante:


Pero la otra crónica de la final se iba a seguir escribiendo en plena celebración española. El capitán del equipo, Iker Casillas, recogía el trofeo. Después, entrevistado por su novia, Sara Carbonero, iba a cumplir una promesa:


Ayer, Iker y Sara se volvieron a besar. Esta vez lo hicieron de forma más discreta, aunque volvieron a llamar la atención:


Sergio Ramos es otro de los protagonistas importantes dentro y fuera de los terrenos de juego. Nos hizo reír con la caída de la Copa del Rey desde lo alto del autobús que transportaba al equipo blanco por la ciudad de Madrid:


Y si nos habíamos reído con el episodio de la caída de la copa, muchos nos burlamos hasta morir con el penalti que tiró frente al Bayern en las semifinales de la Champions el pasado mes de mayo:


Y, por supuesto, con el miedo en el cuerpo, le perdonamos todo después del que lanzó contra Portugal en esta Euro 2012 para desterrar fantasmas del pasado:


Centrándonos ya en la Eurocopa de Polonia y Ucrania, que de forma tan brillante acaba de conquistar España, he seleccionado algunas imágenes que, por alguna razón, me han llamado la atención. Por ejemplo, el pronóstico que hizo el hijo de don Vicente del Bosque:


El árbitro portugués Pedro Proença pita el final del partido. Tanto esfuerzo merece la pena. Los protagonistas lo celebran sobre el terreno de juego del Olímpico de Kiev:


Al mismo tiempo, una vez recogido el trofeo, los jugadores hacen partícipes de la fiesta a sus familiares. Los más pequeños disfrutan del confeti lanzado en el momento en que Iker Casillas alzaba la Eurocopa:


Aquí tenemos también algunas fotos de esa celebración de los jugadores con sus familias:


Shakira no estuvo en Kiev junto a su novio, Gerard Piqué, porque tenía concierto en Lisboa. Pero se mostraron muy cariñosos con sus mensajes a través de Twitter:


Eso sí, el central catalán sabe mover las caderas a ritmo de waka waka y la cantante colombiana es cada día más fan de la Roja gracias a su particular “número 3”:


Sara vibró con el penalti que detuvo Iker Casillas al portugués Moutinho. Era la semifinal contra Portugal:


También hemos encontrado auténticas tomas falsas. ¿Recuerdan la tanda de penaltis contra Portugal? El primer penalti fue lanzado por Xabi Alonso. El segundo, por Iniesta, que fue entrevistado por Sara Carbonero al finalizar el encuentro:


Para los amantes de la prensa del corazón, una noticia interesante es la futura paternidad del italiano Balotelli. ¿Quién será la madre de su hijo? Aquí tenéis la respuesta:


Balotelli mostró su cuerpo después de marcar el segundo gol frente a Alemania. Un tanto lleno de garra y de potencia. Un cuerpo espectacular. Con ustedes, la Masa:


Uno de los momentos más emocionantes, por el resultado, porque alcanzamos la final de Kiev y porque vimos cómo se abrazaban algunos amigos, fue aquel en el que Cesc Fàbregas transforma el penalti que clasificaba a España y dejaba fuera del torneo a la Portugal de Cristiano Ronaldo, quien maldecía su mala suerte. “Qué injusticia”, repetía el delantero portugués una y otra vez:


Aunque, particularmente, me emocionó mucho más ver cómo se abrazaban los jugadores de la Roja. Dejaban a un lado diferencias políticas, por sus respectivos lugares de nacimiento, y deportivas. Barça y Real Madrid quedaban relegados a un segundo plano:


Y aquí Pepe Reina, el showman de la selección, haciendo de las suyas:


Para finalizar, votantes femeninas han elegido a algunos de los futbolistas más atractivos de esta Eurocopa:










http://entretenimiento.starmedia.com/fotos/futbolistas-mas-guapos-eurocopa-2012/victor-valdez.html

En definitiva, dos países, un continente entero, medio mundo estaban pendientes de un evento internacional que no era un mero partido de fútbol. Se trataba de todo un acontecimiento para España y para Italia, cuyas selecciones se enfrentaron en la final. Pero también para Polonia y Ucrania, por ser los anfitriones de esta Eurocopa 2012, para todos aquellos que aman el fútbol, que disfrutan con este deporte, y para los que no entienden de fútbol, pero sí del espectáculo.

ESPAÑA, OTRA VEZ CAMPEONA DE EUROPA


Pasión roja. Furia. Espectáculo increíble. Fútbol total. No quisimos “biscotto” porque queríamos comernos el mejor de los pasteles. Tiqui-taca. Pim, pam, pum. España conquista la Eurocopa, mientras el mundo admira el juego de la Roja, que asombra, deslumbra, bate récords y asusta a cuanto rival se interponga en su camino hacia la leyenda.

Pese a todo, aquel que viera el resultado sin haber visto el partido podría pensar que fue coser y cantar. Y no. España se adelantó pronto en el marcador. Minuto 13, primera parte. Cesc Fàbregas recibe un balón en profundidad, se va de su marcador y pone el balón en el lugar perfecto para que Silva remate de cabeza para colocar el balón en el fondo de la red.


El 1-0 daba tranquilidad al equipo español y obligaba a Italia a buscar el empate. Y los transalpinos tuvieron sus ocasiones. Intentaron poner cerco a la meta de Iker Casillas. Pero el mejor portero del mundo demostró una vez más su calidad y evitó el empate.

Cuando los azzurri buscaban el tanto que igualara el choque, Jordi Alba inicia una jugada espectacular, cede el balón a Xavi, corre como un gamo gritando a su nuevo compañero en el Barça, que se la devuelva. Este la pone con maestría y con precisión en el sendero iluminado que había dibujado sobre el césped el lateral izquierdo de España, que culmina la jugada batiendo a Buffon. Era el 2-0.


Ya en la segunda mitad, Prandelli, el seleccionador italiano que ha dado otro aire, otro estilo a la selección azzurra, cambia a Di Natale por Cassano. España domina. A ratos, maravilla.  En plena exhibición, la Roja busca el tercero. Pero también Italia pudo recortar distancias.

En el 10 de la segunda parte, Prandelli agota sus cambios. Thiago Motta sustituye a Montolivo. Italia lo intenta. España se gusta. Está más cerca el tercero de los españoles que el primero de los italianos. España, majestuosa, crece, se vuelve gigante, bailando a ritmo de tiqui-taca. Italia, con el agua al cuello, pone corazón, pero le falta aire para poner cabeza. Y cuando se acerca con peligro, vuelve a aparecer Iker Casillas, uno de esos pocos arqueros que dan títulos a su equipo.

En el 60 de partido, con media hora por delante, se produce otro hecho que va a resultar definitivo. Thiago Motta se lesiona nada más saltar al terreno de juego. Italia ha hecho los tres cambios. Tendrá que jugar con diez el resto de la final. 2-0 y un hombre menos. Demasiada ventaja para el mejor equipo del mundo. Una losa muy pesada para el aspirante a destronar al campeón.

De ahí al final, la escuadra española se sabía ganadora. Italia no volvió a ver el balón. España presionaba y robaba el esférico con facilidad. Tocaba y tocaba. Controlaba. Más tiqui-taca. Más ocasiones. Italia estaba entregada. La grada roja empezaba a celebrar el título. La tercera Eurocopa estaba al caer. El tercer título consecutivo, algo que nadie había logrado antes, era cuestión de minutos.

El párrafo anterior podíamos haberlo repetido cada dos minutos porque era más de lo mismo. Pero Fernando Torres entró por Cesc Fàbregas. El 9 sustituyó al mal llamado “falso 9”. El Niño tenía un cuarto de hora por delante para marcar  y convertirse así en el balón de oro de la Euro 2012.

Y como este equipo empieza a acostumbrarse a romper todos los registros, llegó el tercero. Corría el minuto 83, a seis del final. Xavi vuelve a colocar un balón perfecto para la carrera de Torres, que se planta ante Buffon, coloca el tercero en el marcador y hace callar a todos aquellos que dudaban sobre su capacidad goleadora.


Pero faltaba la guinda. El autor del gol que nos hizo campeones del mundo, “serás eterno” Iniesta, fue sustituido por Juan Mata. El jugador del Chelsea quiso participar de la fiesta. Una fiesta a la que iba a ser invitado por su amigo Torres, que le cedió un balón dentro del área para que rematara al fondo de las mallas. Era el cuarto de España. Nadie antes había encadenado Eurocopa, Mundial y Eurocopa. Nadie antes había ganado una final de la Eurocopa por 4-0. Ni en el mejor de nuestros sueños podíamos haber soñado una final así.


Y se acabó el partido. España, campeona de Europa. Tercera Eurocopa. Tercer título consecutivo. La Roja sigue reinando. Iker Casillas, oh capitán, mi capitán, volvía a levantar la copa apuntando hacia el cielo de Kiev. España sigue escribiendo auténtica poesía futbolística. ¡Que no se acabe nunca este sueño!