martes, 4 de octubre de 2016

DOCTOR AMOR

Atardecer en Heidelberg
Dices que el doctor del amor nunca aparece cuando es tu piel quien más lo necesita. Hoy extrañas. Hoy y tantos días. Extrañas y dudas porque guardaste sus besos en tu maleta de los dulces recuerdos para no soñarlos en silencio cada madrugada, pero siguen caminando junto a ti, agarrados fuertemente de tu mano, escondidos bajo las sombras que envuelven tu pasado.

Tratas de olvidar, pero no puedes. No puedes porque son más fuertes los pensamientos que el deseo de acallar la rebelión de tu memoria. No podrás. Ya nunca podrás porque en tu piel quedó grabado su nombre y el color de sus ojos, que turbaron tu paz y tu sosiego para siempre, que te hicieron cruzar mares y surcar los cielos.

Helados elixires que nublan los juicios
Porque no es soledad lo que tú sientes. No es soledad, no. No es soledad y tampoco compañía. Porque sigues soñando en silencio cada madrugada unos labios que no olvidas y que a menudo te recuerdan no tan lejanas tardes de helados elixires que nublaban los juicios y hacían que tu prudencia llegara a pronunciar sin miedo húmedas palabras.

Hoy, como ayer, te escudas en tu olvido y el olvido en tu silencio. Pero él sabe que recuerdas aquellas puestas de sol que ambientabas en playas de cálidos licores que proponían invitaciones disparatadas y promesas que no se harían realidad.


domingo, 17 de enero de 2016

RECUERDOS DE UNA MADRUGADA ARDIENTE QUE HABRÁ DE LLEGAR

Ese era su mundo. Aburrido, oscuro, terco, hostil, hosco y desabrido. Ese era su mundo. Un asco disfrazado de turbada y fingida quietud, de falsa paz, de absurda calma, de odiado sosiego, de una rutina que cada día embriagaba sus horas desde que en plena madrugada despertaba hasta que el día agotaba sus hastiadas horas. Ese era su mundo. Esa era su vida. Un mundo que detestaba y al que ya no quería pertenecer, y una vida cuyo guión deseaba volver a escribir. Y pese a todo, su paso seguía siendo firme y decidido.

Cuando menos lo esperaba y cuando ya solo el tedio la cubría con los sombríos ropajes del pesimismo vital, apareció el gentil muchacho de noble sonrisa y se la llevó. La envolvió con un placentero abrazo y la besó. Caminaron después de la mano por el escenario de la gran ciudad, perdidos entre la gente. Sin palabras, en silencio, sin misterio, abstraídos, navegando por mares de futuro. Así llegaron hasta la habitación del hotel que guardaría los recuerdos de una madrugada ardiente. Cerraron la puerta, pero abrieron las ventanas para que la libertad pudiera ser testigo de la pasión desenfrenada de los nuevos amantes. Llegado el alba, poco les importaba ya el pasado.


sábado, 16 de enero de 2016

CAE LA NOCHE Y HACE FRÍO

Fue en ese lugar en el que se encontraron dos desconocidos cuyas miradas nada extrañas parecían entenderse desde el principio de los tiempos. Allí fue donde sus almas se enfrentaron cuerpo a cuerpo en una cruenta batalla sin sangre que acabó con vencedores sin vencidos. Una bandera blanca. Horas de paz y sosiego. Cae la noche y hace frío. Hasta pronto. Hasta siempre.

Pasarán los años. Como en el ajedrez, volverán a colocarse las piezas en el tablero de los juegos donde la destreza cae rendida ante los poderes mágicos del azar que deja sus frases escritas en el pergamino del destino. La dama y el rey. La torre. Los caballos. El alfil. Todo quedará metódica y cuidadosamente dispuesto.

Cuando el tiempo se haya agotado, ya en el crepúsculo del combate, la negrura de las tinieblas y la noche arderán de madrugada para regalar al alba los ecos de sus voces entrecortadas, que quedarán grabadas con sangre en sus pieles mojadas del mismo modo que lucirán tatuadas las marcas de sus labios y las huellas de unos dedos cuyo aroma se enreda entre los brazos del deseo y los apasionados antojos del sexo ansiado.

Cae la noche y hace frío. Y en su soledad, ella volverá a aparecer sentada en su sillón de los recuerdos, con su imagen grabada entre sus manos. Y esperará la llegada del alba en silencio para no perderse cada nota de la suave melodía de una voz que la acaricia y que la guía hacia el arrebato lujurioso de su éxtasis.