jueves, 13 de marzo de 2014

LA LADRONA DE LIBROS

La "ladrona" de libros
Quizás fue culpa de la ladrona de libros. Nunca lo voy a saber. Dice la voz que me susurra en las madrugadas que no duermo que hoy no amanecerá. La angustia asalta la nocturna paz de mi habitación y los espíritus sosegados de mi serenidad se convierten en los fantasmas que luchan cada día por conquistar nuevas tierras dentro del imperio de mi vitalidad. Mi sentido del humor se desvanece.

Otra vez es mi ventana la única salida. Pongo nombre a las estrellas y maldigo a la luna, que parece inerte y petrificada. Dibujada en la oscuridad del cielo, parece burlarse de mí y de mi destino. Cuento las horas que faltan para que los primeros rayos de sol aparezcan en el horizonte. Solo así me sentiré tranquilo.

Escribo en mi cuaderno de los secretos mal guardados cada uno de mis pecados, miserias, errores y ausencias provocadas, por placer o por desidia, por gusto y diversión o por dejadez y abandono, porque quise hacerlo así o porque no supe hacerlo mejor.


La hoguera donde arden los papeles que nunca pierdo...
Tres páginas escritas y una conclusión repetidamente evidente. Libros arden en la hoguera del desatino humano y yo quemo los papeles que nunca pierdo en el fuego que renueva mi ingenio. Después, una nueva negación golpea otra vez el centro de mis expectativas. Si es obvio y patente mi final destino, ¿por qué no encuentro el camino? Una niña enamorada de los libros me mostró anoche que dentro de mí siguen habitando los duendes de la creación. Cientos de ideas, miles, se enzarzan cuerpo a cuerpo en la dulce y grata batalla por quedar plasmadas en los murales de mi cosmos creativo.

Dicen que un filósofo griego, nacido en la ciudad de Estagira, escribió que la memoria es el escribano del alma. Pero yo no puedo recordar. Solo consigo imaginarte. Y en mis pensamientos vuelvo a dibujar aquella sonrisa mortal que me inspira en estas noches de realismo y confusión. Entre tanto, en la inimaginable distancia, una princesa no duerme porque extraña la presencia de aquel hombre que honrará con ardor y vehemencia la belleza de su deleitoso jardín de los deseos.



José Antonio López Arilla © 2014

martes, 11 de marzo de 2014

POESÍA ERES TÚ

"Quiero que bailes conmigo..."
Un sol despreocupado y solitario se afana en esconderse entre nubes grises que traerán copiosas lluvias en este mar de urbanidad vespertina. Gentes del mundo agradecen cualquier gesto de ajena amabilidad, mientras los lugareños deambulan cabizbajos, como si no tuvieran alma, camino de un destino que ni alegra ni llena.

Es entonces cuando veo la mirada de unos ojos extraños cuyos pensamientos se desordenan al comprobar que, si amanece mañana, el día será como este, que se cierra a ritmo pausado, sosegado, tranquilo… Y una lágrima cayó en el gris asfalto sin querer llamar la atención.

A su izquierda, entre tanta deshumanización, un anciano con sucios harapos no esconde su falta de morada, pero tampoco su sabiduría y elocuencia. Sonríe, recuerda y recita versos de su niñez con aires de juglar. Un soneto de Quevedo, otro de Góngora. Un poema de Machado, unos versos de Poeta en Nueva York:

                    En la marchita soledad sin honda
                    el abollado mascarón danzaba.
                    Medio lado del mundo era de arena,
                    mercurio y sol dormido el otro medio.

Frente a él, un muchacho de cabello largo y barba de varios días, con tejanos viejos, camiseta manchada y zapatos desgastados del paso a paso de cada día, toca una rumba lenta con su vieja guitarra, sin quitar la vista del amable caballero sin hogar.

De pronto, aquella lágrima perdida, aquella gotita de pena que vino acompañada de un sollozo y de su lamento, fue atravesada por un tímido rayo de sol y en el cielo se dibujó un arcoíris. Joven y anciano quedaron deslumbrados al contemplar la belleza de aquella estrella de exóticos rasgos que lloraba sin consuelo.

— ¿Quién te hizo mal, niña? dijo el poeta septuagenario. ¿Quién lastima así tu corazón y te castiga con el suplicio de tan cruel amargura?
Diez años hace hoy, amable señor, que no puedo abrazar al ser que yo más quiero —respondió la muchacha.

El músico, intrigado por la historia que pudiera ocultarse detrás de aquel llanto y de aquellas palabras, invitó a la joven dama a sentarse junto a ellos. Después, pidió al sabio disfrazado de forma andrajosa que le dedicara unos versos:

— En este momento vienen a mi pensamiento unas letras que mi abuelo siempre recitaba de forma histriónica, cual personaje de comedia romántica… dijo el anciano sin dejar de sonreír. ¿Sabéis quién es Bécquer? ¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul, ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… Eres tú.

Después, la guitarra volvió a sonar. El joven músico cantó una canción sin dejar de mirarla y acabó diciéndole: “quiero que bailes conmigo y no quiero que nos echemos de menos el tiempo que vivamos”.


José Antonio López Arilla © 2014

domingo, 9 de marzo de 2014

UNA RAZÓN PARA SEGUIR VIVIENDO

"Una razón quiero, solo una, para llegar a ti"
Buscaba una razón para volver a escribir el guión desgastado de una vida que imaginó diferente. Pensó que era amor. Quizás lo fue. Pero los colores de aquel cuadro pintado de manera magistral se fueron difuminando y su luz se apagó por sobredosis de inesperada rutina. Solo quedaba una cruel caricatura plasmada con un lápiz negro sobre un papel beige que el paso del tiempo convirtió en ceniza.

Una razón, solo una. Y en sus pensamientos, aires de renovación. Volver a reír. Soñar. Y aquel juicio permanente sobre la razón de su existir tomaba forma y sentido cada vez que el reloj colgado en la pared marcaba las horas en punto. Quería escapar del aislamiento y de la incomunicación que golpeaban sus ganas de vivir, pero el miedo la mantenía atada a una de las patas de su cama, vacía de sentimientos y repleta de tristeza, nostalgia y soledad.

Una razón quiero, solo una, para llegar a ti. Dame el hálito de vida que me falta, si es verdad que estás ahí", gritaron al viento sus pensamientos cautivos, mientras se arrodillaba ante la imagen divina que adornaba el rincón de su habitación.

De pronto, un amanecer y un despertar. El sol. La inmensidad del mar, y la claridad y la belleza de unos ojos que brillaban y reclamaban su presencia más allá del horizonte que podía contemplar desde su ventana. Aceptó el reto. Y pensó que debía vivir este día. Y la bella flor del prado se construyó dos alas y se convirtió en mariposa. Y voló. Y cruzó montañas, valles, ríos y océanos. Y encontró su camino. Y su destino. Y los abrazó.


José Antonio López Arilla © 2014

sábado, 8 de marzo de 2014

Y UNA JOVEN MUJER GRITÓ LIBERTAD

Náyade grita libertad (Mikel Barrero)
Recuerdos de tu esclava niñez y de aquella servil sumisión que nunca aceptaste. Junto a ellas, los deseos irrefrenables de fundir el metal de los grilletes de tu cautiverio infausto, para convertirlo en el brillante oro vital que nos regala la libertad.

Vestido largo, sin forma, negro. Mazmorra de silencio. Solo tus ojos verán la luz. Lágrimas de dolor... Dolor del que duele, del que lastima, del que hiere. Solo sus crueles e imperturbables manos recorrerán tu cuerpo de niña, mientras rasga, penetra y rompe en mil pedazos tu alma de mujer, sumisa y dócil por fuera, rebelde e indómita por dentro.

Uno te dio la vida. Luego la regaló de forma despiadada, sin más, por un puñado de monedas sin valor real, pues ganó agua y tierra, pero perdió su honor y tu respeto. Después, otro te la quitó. Comprobó tu belleza y te escondió. "¡Que nadie vea la luz de tus ojos! ¡Que nadie quiera llevarte consigo! ¡Que nadie desee poseerte pues yo soy tu amo, tu señor, tu rey, tu Dios!", gritaba el hombre convertido en verdugo.

Pero el necio desconocía que la eternidad no forma parte de la esencia del ser humano.

Y así, una madrugada, siendo los astros, las estrellas y la luna sus incondicionales aliados, pues se escondieron entre espesas tinieblas, apareció el leal jinete, el amigo que años atrás había tatuado en su piel tu nombre, Hurieyya, para no olvidarte, y había prometido llevarte a tierras lejanas, donde nadie pudiera volver a encadenar tu destino a los barrotes de una prisión, donde nadie pudiera robar tu futuro, donde nadie pudiera obligarte a claudicar y hacerte esperar tediosamente, y de nuevo servil, la llegada del último día de tu existencia.

Un día te preguntaba si de tus entrañas nacerían ansias de venganza. "¡No! ¡No quiero venganza! ¡Lo que quiero es libertad!", respondiste de forma contundente sin que la semilla de la duda pudiera aparecer para borrar de tus labios la expresión de un sentimiento.


José Antonio López Arilla © 2014