jueves, 19 de marzo de 2015

SONETO PARA UNA BRUJA LOCA

Luis de Góngora, Francisco de Quevedo y Lope de Vega

Entre tinieblas, una bruja loca,
maliciosa, malévola y malvada.
Es como un pez, que muere por la boca,
poco educada y siempre amargada.

El diablo, si la lee, se desboca,
porque entre letras muere sofocada
por su mollera pétrea como roca
y su soberbia siempre acalorada.

De espíritu soez y alma arrabalera,
pérfida intención, oscura y ladina,
fingida amistad, falsa compañera.

Si me avista su cara gongorina,
será de ella mi ánima prisionera.
Soplagaitas de lengua viperina.



© José Antonio López Arilla

UN BESO DE ESOS

Una canción recomendada (de la banda sonora de Samba):

Un beso, uno de esos que se describe con elocuencia y sabiduría, y se practica con maestría y gran destreza, aparece cuando menos te lo esperas… Uno de esos, sí, uno de esos que te roba el aliento y te lo esconde entre los pliegues del vestido que te pones como escudo para no sentir el fuego que deseas y que dibuja en tu sonrisa el encontronazo de esta desequilibrada justa.

Es solo un beso. Pero es uno de esos que sueñas cada día, aun sin quererlo, y plasmas bermejamente en tu cuaderno de estudiante. Es ese beso en un papel como reflejo del anhelo de saltar mirando hacia las estrellas y de volar para romper con la distancia imaginaria que pretende apartar al creador del fruto de su talento.

Tan solo un beso, uno de esos que hace sonrojar y da calor al gélido y casi perpetuo instante en que nuestros labios emprenden caminos divergentes. Se rompe entonces la armonía de aquellos sonidos que solo nosotros no oímos. ¿Qué somos? Horas eternas. Día inmortal. Pensamientos vagos. Delirio irracional, sin sentido y sin juicio.

Kiss, de Leonid Afremov (1955)
Es inevitable. También ineludible. Meditas. Te quejas, discreta, entre sollozos apagados. Meditas de nuevo. ¿Por qué no? Amor. Amor propio. Amor pasajero. Amor fugaz. Amor al fin y al cabo. Amor sin más. Siempre amor. Imbuida en tus oscuros pensamientos noctámbulos, vuelves a preguntarte qué será de ti mañana, aunque yo quiero verte hoy.

Por un beso de esos suspiras. Quiero. Pero prudencia, sosiego y silencio son las armas que manejas con admirable pericia para apaciguar el ardor de una pasión sin límites. Un beso de esos reclamas. Uno de esos que siempre añoras y que yo compongo entre mis notas cuando me piensas, cuando te sueño, cuando me cuentas, cuando te escribo...


José Antonio López Arilla © 2015

martes, 3 de marzo de 2015

BREVES CRÓNICAS DE UNA GUERRA CIVIL

Finales del siglo XIX. Fuente Vaqueros. Nace un niño que jugará con las letras y convertirá en arte cada palabra. 1936. Guerra Civil. Año I del Desastre, del Sinvivir. Guerra y odio. Bandos enfrentados. Azules y rojos. Nacionales y republicanos. Más guerra y más odio. El 18 de agosto, en un lugar situado entre Víznar y Alfacar, un hombre es ejecutado. Muere el escritor y nace la leyenda. Uno más. Solo uno más de cientos de hombres y nombres anónimos. De cientos de miles de víctimas inocentes que pagan las consecuencias de un conflicto bélico causado por el obcecamiento absurdo y por el ofuscamiento soberbio del ser humano.

"En la calle de los muros han matado a una paloma.
Yo cortaré con mis manos las flores de su corona":


A setecientos kilómetros de la provincia de Granada, otro pueblo tranquilo. No llegaba a los cuatrocientos habitantes. Entre sus vecinos, tres grupos: nacionales, otra vez; republicanos, de nuevo; e indiferentes (indiferente como sinónimo de temeroso). Una traición. Maldita alevosía. Algún renegado desleal. Un delator. En plural quizá.

Foto de Agencia Efe publicada en El País
Una mañana de septiembre del mismo treinta y seis, varios camiones repletos de militares hacen acto de presencia para romper en mil pedazos el sosiego y la vida de cuatro hombres, de sus familias y de sus amigos. Fue testigo un niño, hoy anciano casi centenario.

Al primero lo cogieron en un rincón de su bodega, entre cubas de aceite y barricas de vino. El segundo fue apresado en un escondrijo que se había construido en el corral donde cobijaba su ganado y cuya existencia pocos conocían. Al tercero fueron a buscarlo al campo. Guerra. Odio. Llanto. Rabia. Rencor. Resentimiento. Dientes apretados. Susurro de voces apagadas que claman venganza.

Entre burlas y golpes, el cura, cuarto prisionero, escuchaba la voz del verdugo diciendo que ese no era su bando. Un error que le hubiera podido costar la vida de no haber sido sobrino de un obispo cercano al régimen. Tuvo suerte. Dios, la Virgen y todos los santos lo llevaron a Francia a través de caminos, montes, hambre, frío y penurias. Dejó los hábitos después de susurrar a la imagen divina del Salvador que volvería para matar a los asesinos de sus amigos. Después se casó con una joven francesa y tuvo varios hijos a los que no contó cómo llegó hasta allí. Nunca volvió.

"Instantáneas de la Guerra Civil española" en www.planetasapiens.com
Por aquella época, en una tasca de Barcelona, un hombre que rozaba los cuarenta disfrutaba de un vaso de vino tinto después de una dura jornada de trabajo. Un compañero de trabajo, su único amigo en aquella tierra a la que no hacía demasiado tiempo acababa de llegar, lo había invitado por su cumpleaños. De pronto, ruido de sirenas, policía nacional. Redada implacable. Nueve o diez clientes detenidos. También el dueño del bar. Condena despiadada sin un juicio justo. Sin juicio. Sin razón. Sinrazón. Ocho años de prisión. También tuvieron suerte. Otros fueron fusilados sin más.


José Antonio López Arilla © 2015

EN LAS AGUAS DE EROS


La tenue luz de una lamparita que adornaba una mesita de noche luchaba contra la oscuridad de una habitación con vistas. Dos cuerpos sobre una cama se entrelazaban entre las sábanas de un encharcado campo de batalla. En sus torsos desnudos se reflejaba la humedad del éxtasis recién acontecido en ardua lid. Era el resultado del deseo que nació desde la primera mirada.

El frío desaparece cuando me miras. Me levanto para contemplar desde tu escondida ventana el verde y el marrón del cafetal que envuelve la finca en la que siempre pensaste en recluirme para hacerme tuyo. Y es el puerto. Y es tu mar. Y los tonos azules que se mezclan para calmar mis miedos. Y es tu cuarto serenamente decorado. Y es tu cuerpo de mujer que se envuelve entre mi ropa. Y es mi piel. Y es mi voz. Y es la luz de unos ojos que se clavan en los tuyos para hacerte perder el control. Y es mi perfume, que te revuelve los pensamientos.

Era ella disfrazada con atuendos de timidez. Alma de princesa. Cuerpo de mujer. Bajo su piel, esencia e instinto de animal. El humo que brota del afrodisiaco incienso aparece discontinuo e irregular por el ansia rebelde de su respiración al sentir la boca ávida de su antagonista besando el ardiente centro de su ser. Candor salvaje, brava suavidad. Un dulce gemido, lejos de ser un lamento, brota de su trémula y palpitante garganta al sentir cómo su afilado ingenio incandescente conquista su sexo en el eléctrico combate de aquellos dos cuerpos conectados en franca comunión carnal que ahora cabalgan de manera desenfrenada hacia un objetivo bañado en un mar de locura y deseo.

Te busco en otras miradas, en otros cuerpos. Registro los recovecos de mi ininteligible razón por si tu imagen, a veces altanera y altiva, pero siempre mágica, quedara tatuada frente a mí en cualquier pared, en cualquier espejo, en cualquier papel, en mis versos, en tu canción. Sí, altanera, altiva y soberbia porque tratas de luchar contra tus sentimientos aun sabiendo que tendrás que disfrutar del sabor de la derrota. Una derrota ni amarga ni injusta que sabrás gobernar a tu antojo para, a escondidas, regalarte momentos de privada ternura, sentada en tu sofá, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en su imaginario regazo. “Es complicado”, susurras una y otra vez.

Él la imaginó sentada en la terraza del jardín de una plaza adornada por árboles centenarios, cuya copas repletas de hojas trataban de luchar contra los rayos del sol, que pretendían colarse entre las ramas para iluminar el escenario donde bailaban los más cálidos pensamientos de una mujer que soñaba con volver a fundirse en el siempre referido perpetuo abrazo y en el beso que recordara que él sería siempre el protagonista de su eterno retorno. Su destino.


José Antonio López Arilla © 2015