domingo, 27 de octubre de 2013

RAÍCES SIN TIERRA


Partiendo en busca de un sueño...

”Raíces sin tierra”, decía la canción. Sin descanso y sin aliento, aquel cantautor hispanoamericano, guitarra en mano, susurraba deliciosa y delicadamente al micrófono: ”Callaba el viento y gritaba el silencio”. La tierra se abría y el sol lloraba; un paso más cerca, un paso más lejos; un pasado negro y un futuro incierto. ”Callaba el viento y gritaba el silencio”, me seguías susurrando, esta vez en mi oído, mientras tu destino surcaba el cielo tratando de alcanzar el éxito soñado. Un paso de risa, un paso de llanto. Pobreza, tristeza y el llanto de unos niños sin un mañana escrito.

"Mujer afroamericana", de Mikel Barrero
”Callaba el viento y gritaba el silencio”. Pisas tierra extraña, respiras en el agua, empiezas de cero, remontas sin alas. Vuelves a llorar, sin olvidar que debes luchar por aquellos que te añoran, y dejaste soñando, pero jamás olvidados. ”Callaba el viento y gritaba el silencio”, seguías imitando al músico. Mil ojos te miran, te buscas perdido. Nunca te habías sentido tan solo. Y te aferras al destino. Y le pides aire nuevo. Maldita tierra ingrata que te vio nacer. Por más que uno quiera, por más que uno lucha, no deja crecer. Lo intentas, te agotas y tienes que partir en busca de unos sueños que te hagan feliz.


José Antonio López Arilla © 2013

EL SOL DE LA MAÑANA


En este dominical amanecer, un año y un día después de aquella cita, brotan sentimientos que guardan para sí, y dentro de mí, ideas sublimes que no puedo expresar. Es un pensamiento perdido. Un café entre murmullos, perfecto en una mañana de un octubre que muere. Un papel inmaculado y un lápiz que amenaza con disparar el esbozo de un primer garabato multiforme, pero con sentido.

Era un momento soñado. Aquella llamada inesperada y el temblor emocionado de una madre cuando escucha la dulce voz de un hijo. Un cuerpo de mujer. Enigma en su mirada. Una melodía, un ritmo, una canción. Una guitarra criolla, contaban. Unos dedos, los míos, y sus cuerdas.

Como el sol de la mañana, entraste por mi ventana. Dicen que todo llega y todo pasa. Pero tú rezas al alba, arrodillada, mirando al cielo, para que, por una vez, el curso de la historia cambie de rumbo y no siga caminando por aquellos senderos donde esperan emboscadas siempre escritas.

Y tachas las palabras de un poema mal copiado, de un relato nunca escrito. Trazas tu pena sin llanto. Deseos de noches sin sueños. Un cero a la izquierda. Un grito apagado. Una bala perdida. Un tema zanjado. Un pasado olvidado. Una muerte anunciada. Un destino, de nuevo, marcado. ¡Un final ya descrito! ¡No! Lo borras todo y vuelves a tener ante ti aquel papel inmaculado.


José Antonio López Arilla © 2013

domingo, 20 de octubre de 2013

EL PINTOR, EL MÚSICO Y EL ESCRITOR - 1


Lienzo de Egbert Van Heemskerck "El Viejo"
Repicaban las campanas al tiempo que anochecía en aquella ciudad situada al norte de Londres. Un mercado que cerraba sus puertas y una taberna que las abría. Fariseos comerciantes que gastaban las ganancias del día en pan, vino y prostitutas de alma angelical y cuerpo demoníaco.

En la soledad de aquella oscura y gélida noche de agua y viento, los tres artistas se encontraron en la misma estancia. Un pintor, un músico y un escritor. El vino causaba estragos. Llanto y risas. Lágrimas y carcajadas. Razón y locura. Ciencia y religión. Monarquía divina o un reinado para el pueblo.

Una melodía atravesaba las pétreas paredes del mesón. Gritos de borrachos. La noche, que hacía olvidar las penas, el dolor y la amargura de una existencia no deseada, se mezclaba con el licor para convertir aquel lugar en un paraíso de lujuria, perversión y desenfreno.

Mientras tanto, el pintor maldecía los siniestros paisajes que había esbozado en los últimos tiempos, en los que solo la luna y el color negro destacaban, frente a la claridad de un pasado glorioso que parecía enterrado en el lúgubre, tétrico y sombrío panteón familiar del cementerio de Highgate.

El músico, brillante compositor de sinfonías que iban a resultar eternas, rompía las partituras en las que solo podía trazar notas con los jirones de su piel, todas sin sentido, escritas a contratiempo, y contra todos, contra el mundo.

"La cena de Emaús", óleo sobre lienzo de Caravaggio
El escritor, que siempre narraba cómo su madre lo había parido durante una madrugada de tormenta, cuando la Armada Invencible se acercaba a las costas británicas, se lamentaba por la enésima rima imperfecta, por los cientos de versos inconexos y por aquellos poemas que jamás podría dedicar a su dama, desposada días atrás con aquel maldito descendiente de Ricardo I de Inglaterra.

El miedo y yo nacimos gemelos”, gritaba Hobbes a los cuatro vientos, mientras se quejaba del reino de la oscuridad. Y fue precisamente en aquella noche oscura, de tormenta y de tormento, de llanto, pena y rabia, cuando los tres artistas se hicieron inseparables hasta el final de sus días.


José Antonio López Arilla © 2013