domingo, 18 de noviembre de 2012

CENA PARA DOS

¿Y qué hago yo si la distancia que me separa del ser que adoraba dormía los sentimientos que en mí empezaban a despertar con los albores de aquella madrugada otoñal que con desesperación me abrazaba?

Aquel lucero que habitó en mí al alba no era capaz de alumbrar más que la dulce mirada de aquellos ojos oscuros que el destino había colocado en el largo camino vital que debía de llevarme al soñado edén tantas veces dibujado en cientos de miles de papeles mojados.


¿Y qué puedo hacer si el corazón de la niña que encandila aquellos sentimientos no compartidos camina soñando por sendas que conducen a un destino incierto? Sin alas no se alza el vuelo. Sin libertad, pues vives encerrada en cárcel de amor, no hay razones para correr. No hay motivos para soñar. 

Aquel salón seguirá siendo iluminado con los faroles de mi esperanza. Una esperanza que esperará a que tu presencia venga a completar el escenario que imaginó aquel director de orquesta que siempre nos acompaña en nuestras noches en vela. Dos copas, aún vacías, y una botella de vino. Una cena para dos. Incienso embriagador y algunas velas que dibujan dos siluetas, la tuya y la mía, preparadas para seguir escribiendo nuestra historia llena de historias que contar.

Y esperaré porque quiero esperar. Porque detesto las prisas y porque, pese a que el tiempo pasa, siempre pienso que las cosas llegan. Casualidad o no. Porque el azar también juega sus bazas y los hados son traviesos. Y no. No me detendré. Caminaré por el sendero que me lleva a ti y que coloca en el horizonte el destino que siempre soñé esperando no encontrar el cruce de caminos que me obligue a cambiar de dirección. Y esperaré otra vez. Y desearé abrir los ojos un amanecer y encontrarte a mi lado. Mirándome. Y susurrarás a gritos que vienes conmigo. Y sentiré que muero para resucitar después. Y subiremos al cielo de la mano. Y nos fundiremos en aquel abrazo de mil segundos que siempre anhelamos.

José Antonio López Arilla © 2012

EL UNIVERSO QUE DESEAS

"Metrópolis", paseando por las calles de Madrid, by Erik Amezquita
Paseaba con las manos metidas en los bolsillos, cabizbajo o con la mirada ausente, qué más da, viendo solo los ruidos de infinidad de luces, bajo aquel cielo plagado de estrellas que marcaban el rumbo incierto del desconocimiento más profundo sobre unos hechos que quizás acontecerán mañana. Sus ojos, vacíos de sentida compañía, esa amiga que nunca había querido conocer, y repletos de lágrimas pocas veces consentidas, eran fuego descontrolado pese al verdor de la claridad que siempre los iluminaba.

Odiaba el momento que estaba viviendo. Detestaba, odiaba, repudiaba. Malditos verbos que se hacían realidad en aquel escenario que tan poco deseaba. El llanto y la pena, compañeros despreciados y maltratados por todos, seguían sus pasos de la mano de aquella sombra que, pensaba alguna vez, nunca se despegaría de él. Pese a todo, seguía soñando despierto.

Y quiso convertir en presente el futuro que deseaba. Y quiso cambiar aquella pena de su llanto en lágrimas de alegría. Y quiso no volver a jugar con la ruleta de una fortuna construida sobre los cimientos de la vil mentira. Y quiso escribir la canción que nunca compuso. Y quiso volar con las alas de aquel ángel de la guarda que siempre guio sus pasos. Quiso tantas cosas que construyó el universo que tanto deseó. Porque las cosas, si se desean, se alcanzan.


domingo, 11 de noviembre de 2012

EL SENDERO DE TU DESTINO


Soledad, tarde de llanto, noche desgarrada. Un día olvidado entre señales divinas que no se intuyen. Mañana triste, gris, oscura. Tarde sin alma. Noche que desprecio y que me acompaña solo cuando la soledad toma forma y se dibuja entre las sombras que se esconden en los rincones donde lloro. Donde las lágrimas de mi llanto recorren las esquinas marcadas por el paso del tiempo. No vuelvas si vienes sola porque nunca más abriré las puertas a una madrugada helada.

Yo sé que mis palabras fueron el dardo envenenado para aquel corazón malherido. Dulce soledad, martirizas el alma del trovador que sueña. Triste, gris, oscura, otra vez las luces del alba se serenan después de una tempestad atormentada. Pero no hay calma. Porque este corazón, también mortalmente herido, desea deshacer el camino recorrido sin buscar en el pasado las claves que permitirán recuperar el rumbo desgajado de un presente que se esfuma cada día sin que pueda remediarlo.

No hay razón para volver la vista atrás. No, no hay dolor que duela eternamente. Ni amor nuevo derrotado por aquel instinto oscuro que envuelve el alma de los muertos en el campo de batalla. Porque jamás hubo mayor derrota que la que no pudiste sufrir. Porque no, porque tú no eras contendiente llamado a participar en esta cumbre celestial de ángeles destronados. Porque es la soledad, tu amiga, quien se encarga de borrar las huellas de tu armadura allá por donde caminas. Porque no, porque esta no es tu guerra, que es otra, que es aquella que está marcada a sangre y fuego, con hilos dorados, sobre el sendero de tu destino.