Ese era su mundo. Aburrido, oscuro,
terco, hostil, hosco y desabrido. Ese era su mundo. Un asco disfrazado de
turbada y fingida quietud, de falsa paz, de absurda calma, de odiado sosiego,
de una rutina que cada día embriagaba sus horas desde que en plena madrugada
despertaba hasta que el día agotaba sus hastiadas horas. Ese era su mundo. Esa
era su vida. Un mundo que detestaba y al que ya no quería pertenecer, y una
vida cuyo guión deseaba volver a escribir. Y pese a todo, su paso seguía siendo
firme y decidido.
Cuando menos lo esperaba y cuando ya solo
el tedio la cubría con los sombríos ropajes del pesimismo vital, apareció el
gentil muchacho de noble sonrisa y se la llevó. La envolvió con un placentero
abrazo y la besó. Caminaron después de la mano por el escenario de la gran
ciudad, perdidos entre la gente. Sin palabras, en silencio, sin misterio, abstraídos,
navegando por mares de futuro. Así
llegaron hasta la habitación del hotel que guardaría los recuerdos de una
madrugada ardiente. Cerraron la puerta, pero abrieron las ventanas para que la
libertad pudiera ser testigo de la pasión desenfrenada de los nuevos amantes.
Llegado el alba, poco les importaba ya el pasado.
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