Sonaban siempre las mismas canciones. Era una rueda infernal
de acordes que se descomponían, se transformaban y se convertían en los amargos
recuerdos que traían a sus pensamientos las dolorosas noches de ausencia de la
amiga. Aquella amiga que describían con maestría los grandes autores del
Quince. Amiga inalcanzable. Amiga intocable. Amiga imposible. El sufrir de
aquel caballero medieval que juraba por su honor que volvería a intentarlo. Y
ansiaba unos labios que se alejaban con el paso del tiempo; que extrañaba, pese
a no haberlos saboreado jamás; que recordaba porque en sueños inverosímiles imaginó
utópicos escenarios de pasión. Pero aquellos labios carmesí vivían cautivos en
el noble corazón de un hombre instalado en la señorial cúspide aristocrática.
Aquella noche, en un instante de debilidad, de bajeza de
espíritu, de ruin pensamiento, el caballero, provisto de espada y armadura,
desafió a la suerte, al destino y a la muerte. Sin lamentos, sin llanto, con
odio y con desprecio, invocó al ángel negro, al maligno, y le ofreció el alma
del capitán Estrada a cambio del corazón de la dama, a la que amaba en plañido silencio.
Un silencio eterno. Un silencio perfecto que acompañaba al caballero, a su tensa
y perpetua soledad, y a su inquieta espera. Una espera que se convirtió en
calma, en paz, en un sosiego que trajo en volandas aquellas canciones, las de
siempre, que volvieron a resonar en su interior justo en el momento en que una
luz cubrió su rostro, primero, su cuerpo, después, y el oscuro espacio
empedrado sobre el que se arrodilló a continuación. Y clamó al cielo. Rogó, suplicó,
imploró. Y pidió a Dios olvidarla. No volver a ver jamás aquella sonrisa plasmada en
el más bello rostro creado por el supremo universal. No sentir el reflejo
enamorado de aquella divina mirada que vivía cautiva en cárceles de desamor. Y,
como Manrique, deseó aquella preciosa escala dorada, que un día sirvió para que su voluntad se
quebrara al quedar “en vuestro poder
cautivo”, para acercarse al firmamento y contemplar así cada una de las
estrellas que adornaban la majestuosa bóveda celestial, y recobrar así la
libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario