En este dominical amanecer, un año y un día
después de aquella cita, brotan sentimientos que guardan para sí, y dentro de
mí, ideas sublimes que no puedo expresar. Es un pensamiento perdido. Un café
entre murmullos, perfecto en una mañana de un octubre que muere. Un papel
inmaculado y un lápiz que amenaza con disparar el esbozo de un primer garabato
multiforme, pero con sentido.
Era un momento soñado. Aquella llamada
inesperada y el temblor emocionado de una madre cuando escucha la dulce voz de
un hijo. Un cuerpo de mujer. Enigma en su mirada. Una melodía, un ritmo, una
canción. Una guitarra criolla, contaban.
Unos dedos, los míos, y sus cuerdas.
Como el sol de la mañana, entraste por mi
ventana. Dicen que todo llega y todo pasa. Pero tú rezas al alba, arrodillada,
mirando al cielo, para que, por una vez, el curso de la historia cambie de
rumbo y no siga caminando por aquellos senderos donde esperan emboscadas
siempre escritas.
Y tachas las palabras de un poema mal copiado, de un relato nunca
escrito. Trazas tu pena sin llanto. Deseos de noches sin sueños. Un cero a la
izquierda. Un grito apagado. Una bala perdida. Un tema zanjado. Un pasado
olvidado. Una muerte anunciada. Un destino, de nuevo, marcado. ¡Un final ya
descrito! ¡No! Lo borras todo y vuelves a tener ante ti aquel papel inmaculado.
José Antonio López Arilla © 2013
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