martes, 3 de marzo de 2015

BREVES CRÓNICAS DE UNA GUERRA CIVIL

Finales del siglo XIX. Fuente Vaqueros. Nace un niño que jugará con las letras y convertirá en arte cada palabra. 1936. Guerra Civil. Año I del Desastre, del Sinvivir. Guerra y odio. Bandos enfrentados. Azules y rojos. Nacionales y republicanos. Más guerra y más odio. El 18 de agosto, en un lugar situado entre Víznar y Alfacar, un hombre es ejecutado. Muere el escritor y nace la leyenda. Uno más. Solo uno más de cientos de hombres y nombres anónimos. De cientos de miles de víctimas inocentes que pagan las consecuencias de un conflicto bélico causado por el obcecamiento absurdo y por el ofuscamiento soberbio del ser humano.

"En la calle de los muros han matado a una paloma.
Yo cortaré con mis manos las flores de su corona":


A setecientos kilómetros de la provincia de Granada, otro pueblo tranquilo. No llegaba a los cuatrocientos habitantes. Entre sus vecinos, tres grupos: nacionales, otra vez; republicanos, de nuevo; e indiferentes (indiferente como sinónimo de temeroso). Una traición. Maldita alevosía. Algún renegado desleal. Un delator. En plural quizá.

Foto de Agencia Efe publicada en El País
Una mañana de septiembre del mismo treinta y seis, varios camiones repletos de militares hacen acto de presencia para romper en mil pedazos el sosiego y la vida de cuatro hombres, de sus familias y de sus amigos. Fue testigo un niño, hoy anciano casi centenario.

Al primero lo cogieron en un rincón de su bodega, entre cubas de aceite y barricas de vino. El segundo fue apresado en un escondrijo que se había construido en el corral donde cobijaba su ganado y cuya existencia pocos conocían. Al tercero fueron a buscarlo al campo. Guerra. Odio. Llanto. Rabia. Rencor. Resentimiento. Dientes apretados. Susurro de voces apagadas que claman venganza.

Entre burlas y golpes, el cura, cuarto prisionero, escuchaba la voz del verdugo diciendo que ese no era su bando. Un error que le hubiera podido costar la vida de no haber sido sobrino de un obispo cercano al régimen. Tuvo suerte. Dios, la Virgen y todos los santos lo llevaron a Francia a través de caminos, montes, hambre, frío y penurias. Dejó los hábitos después de susurrar a la imagen divina del Salvador que volvería para matar a los asesinos de sus amigos. Después se casó con una joven francesa y tuvo varios hijos a los que no contó cómo llegó hasta allí. Nunca volvió.

"Instantáneas de la Guerra Civil española" en www.planetasapiens.com
Por aquella época, en una tasca de Barcelona, un hombre que rozaba los cuarenta disfrutaba de un vaso de vino tinto después de una dura jornada de trabajo. Un compañero de trabajo, su único amigo en aquella tierra a la que no hacía demasiado tiempo acababa de llegar, lo había invitado por su cumpleaños. De pronto, ruido de sirenas, policía nacional. Redada implacable. Nueve o diez clientes detenidos. También el dueño del bar. Condena despiadada sin un juicio justo. Sin juicio. Sin razón. Sinrazón. Ocho años de prisión. También tuvieron suerte. Otros fueron fusilados sin más.


José Antonio López Arilla © 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario