La
tenue luz de una lamparita que adornaba una mesita de noche luchaba contra la
oscuridad de una habitación con vistas. Dos cuerpos sobre una cama se
entrelazaban entre las sábanas de un encharcado campo de batalla. En sus torsos
desnudos se reflejaba la humedad del éxtasis recién acontecido en ardua lid.
Era el resultado del deseo que nació desde la primera mirada.
El
frío desaparece cuando me miras. Me levanto para contemplar desde tu escondida ventana
el verde y el marrón del cafetal que envuelve la finca en la que siempre
pensaste en recluirme para hacerme tuyo. Y es el puerto. Y es tu mar. Y los
tonos azules que se mezclan para calmar mis miedos. Y es tu cuarto serenamente
decorado. Y es tu cuerpo de mujer que se envuelve entre mi ropa. Y es mi piel.
Y es mi voz. Y es la luz de unos ojos que se clavan en los tuyos para hacerte
perder el control. Y es mi perfume, que te revuelve los pensamientos.
Era
ella disfrazada con atuendos de timidez. Alma de princesa. Cuerpo de mujer.
Bajo su piel, esencia e instinto de animal. El humo que brota del afrodisiaco
incienso aparece discontinuo e irregular por el ansia rebelde de su respiración
al sentir la boca ávida de su antagonista besando el ardiente centro de su ser.
Candor salvaje, brava suavidad. Un dulce gemido, lejos de ser un lamento, brota
de su trémula y palpitante garganta al sentir cómo su afilado ingenio
incandescente conquista su sexo en el eléctrico combate de aquellos dos cuerpos
conectados en franca comunión carnal que ahora cabalgan de manera desenfrenada
hacia un objetivo bañado en un mar de locura y deseo.
Te
busco en otras miradas, en otros cuerpos. Registro los recovecos de mi
ininteligible razón por si tu imagen, a veces altanera y altiva, pero siempre
mágica, quedara tatuada frente a mí en cualquier pared, en cualquier espejo, en
cualquier papel, en mis versos, en tu canción. Sí, altanera, altiva y soberbia
porque tratas de luchar contra tus sentimientos aun sabiendo que tendrás que
disfrutar del sabor de la derrota. Una derrota ni amarga ni injusta que sabrás
gobernar a tu antojo para, a escondidas, regalarte momentos de privada ternura,
sentada en tu sofá, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en su imaginario
regazo. “Es complicado”, susurras una y otra vez.
Él
la imaginó sentada en la terraza del jardín de una plaza adornada por árboles
centenarios, cuya copas repletas de hojas trataban de luchar contra los rayos
del sol, que pretendían colarse entre las ramas para iluminar el escenario
donde bailaban los más cálidos pensamientos de una mujer que soñaba con volver
a fundirse en el siempre referido perpetuo abrazo y en el beso que recordara
que él sería siempre el protagonista de su eterno retorno. Su destino.
José Antonio López Arilla © 2015
Alegrón por volver a leer un texto tuyo. No sé si el largo silencio lo motivó la ausencia de inspiración o de voluntad, pero sea bienvenida cualquiera de ellas.
ResponderEliminarSigue así y no nos abandones tanto.