Castillo de Eilean Donan (Escocia) |
Luz de medianoche, luna sensible, lago oscuro de
clarividencia, espejo de siluetas ensombrecidas sin reflejo pertinente. Por el
quicio de la puerta, a escondidas, se cuelan aquellas miradas que observan el
movimiento de quebradas ramas de árboles centenarios, alteradas por aquel
viento gélido que llegaba desde tierras septentrionales. Al fondo, un muro de
piedras sin quebranto, jamás vencido, nunca superado, siempre dispuesto a
contener el llanto y a guardar secretos. No hubo aliento hercúleo que fuese capaz
de enfrentarse a un salto mortal que lo hiciera volar hacia el espacio exterior.
Tras la muralla, un escarpado acantilado. Rocas de formas
caprichosas, algunas con cientos de pequeños puñales en el centro de su seno, y
aguas voraces prestas a tragarse el alma del incauto ángel divino que osara
romper las barreras que separaban las esclavas cadenas de sumisión del
privilegio de la libertad.
Año del Señor de 1642. Anónimo heredero y futuro
rey de Inglaterra cuyo nombre debe esconderse, estas paredes sabrán guardar tu
identidad y te resguardarán de traiciones. No se derramará ni una gota más de
sangre real en el campo de batalla. No habrá guerra que pueda destruir tu noble
linaje ni desterrar tu estirpe, nacida para gobernar los designios de tu
pueblo. Yo seré tu luz. Yo te abrazaré y protegeré. Yo rezaré por ti y a tu
disposición pondré cuantos hombres necesites para armar el ejército que te hará
regresar a las tierras que tu padre, por amor, te obligó a abandonar.
José Antonio López Arilla © 2014
José Antonio López Arilla © 2014