martes, 25 de julio de 2017

PERVERSIONES EN UN MOTEL DE CARRETERA



Ray Caesar, Day Trip, 2011
«Motel Ishtar. Kilómetro 13 de la Nacional II. Habitación 17. Hoy a las 23 horas», decía escuetamente aquel mensaje escrito en papel perfumado y escondido de forma intencionada en un lugar donde solo ella lo encontraría. Motel Ishtar. Allí, justo allí, ella puso punto final a una historia que nunca debió empezar. Allí mismo, en aquel lugar donde todo empezó, todo acabó.

Era joven y aún creía que el amor sería infinito. Se dejó cautivar por el brillo de sus ojos oscuros y se dejó llevar por tenebrosas palabras falsas que entre líneas expresaban pasión, pero en el fondo solo dibujaban la amarga silueta de una dolorosa traición. Se dejó llevar y cayó en las redes de su verbo escondidamente lujurioso.

Le costaba respirar. Tembló. Se detuvo en varias ocasiones. Miró hacia atrás. Avanzó sin dejar de temblar. Y llegó a la habitación 17 de aquel motel de carretera. Eran las 11 de la noche. Allí empezó todo y allí se dejó llevar por sus deleitosas palabras, por su sonrisa de fingida ternura, por sus dedos expertos capaces de hacerla estremecer, por su sexo depredador, infame e irrespetuoso, del que se colgó para entrar en aquel laberinto de lascivia y perversión. Y ya no pudo salir. No supo.

Allí empezó todo: años de sumisión, de castigo, de dolor. Sexo. Solo sexo. Sexo sucio. Asco. Odio. Aversión. No hubo paseos románticos por lugares elegantes. Solo habitaciones de motel. Más sexo. Sexo compartido en habitaciones donde tres o más no eran multitud. No hubo besos enamorados. No hubo planes de boda. Solo sexo. Se derrumbaba el mundo que había construido años atrás en su mente adolescente, antes de ser mujer, antes de llegar a la universidad donde luego conocería al que creyó el hombre de sus sueños, aquel que presentó en familia, aquel que la citó en un motel de carretera. Moría cuando descubría que no era ella su princesa. Al menos su única princesa. Y así pasaron los años. Angustiosos años de repugnante rechazo. Años en los que se hundía en el barro y perdía cualquier atisbo de esperanza. No podía salir. No sabía.

Ray Caesar, 2011
Su suerte cambió una tarde de verano. Él cumplía con el papel de novio adorable ante su familia. Ella lloraba en silencio por los años perdidos y por su cobardía. Fue entonces cuando pudo sentir de nuevo el olor de aquel perfume. Su hermana pequeña leía un papel que luego dobló y guardó. Aquella noche, justo a las 23 horas, en la habitación 17 de un motel de carretera, con un abrecartas de plata ella pudo romper su corazón obsceno en mil pedazos. Con lágrimas en los ojos, antes de que pudiera corromper la virginidad de su hermana, convirtió en fantasma y en pasado a su amante pervertido.

© José Antonio López Arilla, 2017.

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