Ray Caesar, Day Trip, 2011 |
«Motel Ishtar. Kilómetro 13 de la Nacional II. Habitación
17. Hoy a las 23 horas», decía escuetamente aquel mensaje escrito en papel
perfumado y escondido de forma intencionada en un lugar donde solo ella lo
encontraría. Motel Ishtar. Allí, justo allí, ella puso punto final a una historia
que nunca debió empezar. Allí mismo, en aquel lugar donde todo empezó, todo
acabó.
Era joven y aún creía que el amor sería infinito. Se dejó
cautivar por el brillo de sus ojos oscuros y se dejó llevar por tenebrosas palabras
falsas que entre líneas expresaban pasión, pero en el fondo solo dibujaban la amarga
silueta de una dolorosa traición. Se dejó llevar y cayó en las redes de su
verbo escondidamente lujurioso.
Le costaba respirar. Tembló. Se detuvo en varias ocasiones.
Miró hacia atrás. Avanzó sin dejar de temblar. Y llegó a la habitación 17 de
aquel motel de carretera. Eran las 11 de la noche. Allí empezó todo y allí se
dejó llevar por sus deleitosas palabras, por su sonrisa de fingida ternura, por
sus dedos expertos capaces de hacerla estremecer, por su sexo depredador,
infame e irrespetuoso, del que se colgó para entrar en aquel laberinto de
lascivia y perversión. Y ya no pudo salir. No supo.
Allí empezó todo: años de sumisión, de castigo, de dolor.
Sexo. Solo sexo. Sexo sucio. Asco. Odio. Aversión. No hubo paseos románticos
por lugares elegantes. Solo habitaciones de motel. Más sexo. Sexo compartido en
habitaciones donde tres o más no eran multitud. No hubo besos enamorados. No
hubo planes de boda. Solo sexo. Se derrumbaba el mundo que había construido años atrás en su
mente adolescente, antes de ser mujer, antes de llegar a la universidad donde
luego conocería al que creyó el hombre de sus sueños, aquel que presentó en
familia, aquel que la citó en un motel de carretera. Moría cuando descubría que
no era ella su princesa. Al menos su única princesa. Y así pasaron los años.
Angustiosos años de repugnante rechazo. Años en los que se hundía en el barro y
perdía cualquier atisbo de esperanza. No podía salir. No sabía.
Ray Caesar, 2011 |
Su suerte cambió una tarde de verano. Él cumplía con
el papel de novio adorable ante su familia. Ella lloraba en silencio por los
años perdidos y por su cobardía. Fue entonces cuando pudo sentir de nuevo el
olor de aquel perfume. Su hermana pequeña leía un papel que luego dobló y
guardó. Aquella noche, justo a las 23 horas, en la habitación 17 de un motel de
carretera, con un abrecartas de plata ella pudo romper su corazón obsceno en
mil pedazos. Con lágrimas en los ojos, antes de que pudiera corromper la
virginidad de su hermana, convirtió en fantasma y en pasado a su amante
pervertido.
© José Antonio López Arilla, 2017.