David, aquel que de niño fuera pastor, fue un infante noble, valiente y apasionado, que quiso no conformarse con las limitaciones del determinismo que marcaba el destino de los más pequeños de cada familia y supo crecer sin miedo a nada a partir del entorno guerrero de sus hermanos, donde la audacia escribía el sendero para alcanzar nuevos retos. David no fue solo rey de Israel. Su carisma y sus valores sumaron afectos a la causa y su prudencia jamás le restó autoridad.
Un álter ego aparece en la escena. Tomé de Burguillos, el elocuente charlatán que conversa con los gatos del callejón, pretende borrar de un plumazo la inseguridad de Lope con la creatividad de unos versos emocionantes que primero se sienten y luego se piensan. Burguillos no fue pastor y no será rey. Las aspiraciones de Burguillos siempre pasarán por ser el otro, el segundón, el que no tenía más objetivos que vivir detrás de la estrella, con gran capacidad de autocontrol para procurar no destacar. ¡Pero qué necesario es que todos tengamos un Burguillos detrás!
En un lateral del cuadro, el león descansa mientras observa con atención al resto de actores. No asusta, no muerde, no se mueve si nadie lo hace. Controla tu zona de confort: no hay miedo ni ansiedad, no hay altibajos ni frustración, solo rutina, sin estridencias vitales, todo en orden. El león... Símbolo del estrés de saber que siempre hay una fiera al acecho para impedir cruzar la delgada línea roja que rodea la zona de riesgo.
Y tras ellos, un médico, el doctor del amor y de las ánimas, el que cura nuestras heridas con decisión, el que sabe que nuestro cerebro complejo lucha cada día con las exigencias que impone el corazón.
No, no estoy loco. Solo es un sueño. Y ya lo decía Calderón, «que toda la vida es sueño» y los sueños... retos son.