martes, 27 de marzo de 2012

UNA NOCHE CUALQUIERA EN AQUEL ANTRO DE MALA MUERTE

El local apestaba a humo, alcohol, sudor, humedad y vidas destrozadas por un tiempo vacío de esperanza y repleto de sinrazón. Nada de lo que allí ocurría cada día desde hacía varios años tenía coherencia. Era la viva imagen de la desolación. Era un triste cuadro modernista cincelado con pinceles barrocos. El escenario seguía vacío. Oscuro. Roto. Desarmado y desalmado. El dueño del antro, situado detrás de la barra, secaba unas copas con la mirada perdida en el mostrador. Al fondo, dos hombres. Varias botellas de cerveza vacías. Horas muertas sin más, sin palabras, sin camino y sin destino. Uno de ellos, músico, y también poeta, lloraba en silencio y no entendía los motivos de aquel adiós desgarrador que había separado el alma de su corazón. El otro, escritor, y también músico, no era capaz de consolar a su amigo. Y buscaba la luz de una explicación cuya espera se hacía eterna y no comprendía las razones de la más absurda, dolorosa, tétrica y patética despedida. Poco a poco, la tenue luz se fue apagando, como la utópica y desesperada esperanza de alcanzar su sueño. Y el sueño, precisamente, puso de manifiesto la debilidad de sus cuerpos. Borrachos, exhaustos, agotados, aunque sabían que mañana todo seguiría igual, deseaban, como cada noche, que el nuevo día significara un cambio de rumbo. Un nuevo objetivo. Una vida nueva. Un paso al frente. Un futuro mejor.

1 comentario:

  1. Es una entrada muy bella.
    Eso es precisamente ser amigo de alguien. Estar junto al otro cuando nos necesita, aunque no se pueda hacer nada más y confiar en el mañana, incluso cuando parece que no hay esperanza.

    ResponderEliminar