Pero cuando el encuentro llegaba a su fin, a un tipo que, gane o pierda, cobra millones de euros al año, se le cruzan los cables, se le mezcla la rabia, la ira, el sudor, la sangre y el no saber perder, se convierte en cazador en busca de presa y se lanza con las piernas por delante tratando de romper el alma que, debió pensar, su rival tenía en los tobillos. Una entrada para salir esposado del Camp Nou. Ahí empezó el más desagradable de los espectáculos. Empujones, agresiones, tarjetas rojas. Ahora te meto un dedo en el ojo. Ahora te suelto un bofetón. Tras varios minutos de tensión, fin del partido. El Barça campeón. Pero no, no se acaba todo ahí.
Ya en frío, unos no entienden según qué actitud. Otros no piden perdón. "Teatreros" y "carniceros" son los calificativos más "dulces" que los jugadores de ambos equipos se dedican. Una televisión emite un supuesto montaje. Después pide disculpas públicamente. Eso sí, de madrugada, alrededor de las 4:20 h., en horario de "máxima" audiencia. ¡Qué triste! ¿Es esto lo que queremos los espectadores? ¿Es esto lo que entendemos por deporte? ¡Qué vergüenza! ¡Y qué miedo! Porque justo esto es lo que luego vemos reflejado en nuestra sociedad, donde cada vez menos personas respetan a los demás.
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