
Aquel lucero que habitó en mí al alba no era capaz de alumbrar más que la dulce mirada de aquellos ojos oscuros que el destino había colocado en el largo camino vital que debía de llevarme al soñado edén tantas veces dibujado en cientos de miles de papeles mojados.
¿Y qué puedo
hacer si el corazón de la niña que encandila aquellos sentimientos no
compartidos camina soñando por sendas que conducen a un destino incierto? Sin alas
no se alza el vuelo. Sin libertad, pues vives encerrada en cárcel de amor, no
hay razones para correr. No hay motivos para soñar.
Aquel salón seguirá
siendo iluminado con los faroles de mi esperanza. Una esperanza que esperará a que
tu presencia venga a completar el escenario que imaginó aquel director de
orquesta que siempre nos acompaña en nuestras noches en vela. Dos copas, aún
vacías, y una botella de vino. Una cena para dos. Incienso embriagador y algunas velas que dibujan dos siluetas, la tuya y la
mía, preparadas para seguir escribiendo nuestra historia llena de historias que
contar.

José Antonio López Arilla © 2012