¿Y qué hago yo
si la distancia que me separa del ser que adoraba dormía los
sentimientos que en mí empezaban a despertar con los albores de aquella madrugada otoñal que con desesperación me abrazaba?
Aquel lucero que habitó en mí al alba no era capaz de alumbrar más que la dulce mirada de aquellos ojos oscuros que el destino había colocado en el largo camino vital que debía de llevarme al soñado edén tantas veces dibujado en cientos de miles de papeles mojados.
Aquel lucero que habitó en mí al alba no era capaz de alumbrar más que la dulce mirada de aquellos ojos oscuros que el destino había colocado en el largo camino vital que debía de llevarme al soñado edén tantas veces dibujado en cientos de miles de papeles mojados.
¿Y qué puedo
hacer si el corazón de la niña que encandila aquellos sentimientos no
compartidos camina soñando por sendas que conducen a un destino incierto? Sin alas
no se alza el vuelo. Sin libertad, pues vives encerrada en cárcel de amor, no
hay razones para correr. No hay motivos para soñar.
Aquel salón seguirá
siendo iluminado con los faroles de mi esperanza. Una esperanza que esperará a que
tu presencia venga a completar el escenario que imaginó aquel director de
orquesta que siempre nos acompaña en nuestras noches en vela. Dos copas, aún
vacías, y una botella de vino. Una cena para dos. Incienso embriagador y algunas velas que dibujan dos siluetas, la tuya y la
mía, preparadas para seguir escribiendo nuestra historia llena de historias que
contar.
Y esperaré
porque quiero esperar. Porque detesto las prisas y porque, pese a que el tiempo
pasa, siempre pienso que las cosas llegan. Casualidad o no. Porque el azar también juega sus bazas y los hados son traviesos. Y no. No me detendré. Caminaré por el
sendero que me lleva a ti y que coloca en el horizonte el destino que siempre soñé esperando
no encontrar el cruce de caminos que me obligue a cambiar de dirección. Y
esperaré otra vez. Y desearé abrir los ojos un amanecer y encontrarte a mi
lado. Mirándome. Y susurrarás a gritos que vienes conmigo. Y sentiré que muero
para resucitar después. Y subiremos al cielo de la mano. Y nos fundiremos en
aquel abrazo de mil segundos que siempre anhelamos.
José Antonio López Arilla © 2012