Soledad, tarde de llanto, noche desgarrada. Un día olvidado
entre señales divinas que no se intuyen. Mañana triste, gris, oscura. Tarde sin alma.
Noche que desprecio y que me acompaña solo cuando la soledad toma forma y se
dibuja entre las sombras que se esconden en los rincones donde lloro. Donde las
lágrimas de mi llanto recorren las esquinas marcadas por el paso del tiempo. No
vuelvas si vienes sola porque nunca más abriré las puertas a una
madrugada helada.
Yo sé que mis palabras fueron el dardo envenenado para aquel
corazón malherido. Dulce soledad, martirizas el alma del trovador que sueña. Triste, gris, oscura, otra vez las luces del alba se serenan después de una
tempestad atormentada. Pero no hay calma. Porque este corazón, también mortalmente herido, desea deshacer el camino recorrido sin buscar en el
pasado las claves que permitirán recuperar el rumbo desgajado de un presente
que se esfuma cada día sin que pueda remediarlo.
No hay razón para volver la vista atrás. No, no hay dolor
que duela eternamente. Ni amor nuevo derrotado por aquel instinto oscuro que
envuelve el alma de los muertos en el campo de batalla. Porque jamás hubo mayor
derrota que la que no pudiste sufrir. Porque no, porque tú no eras contendiente
llamado a participar en esta cumbre celestial de ángeles destronados. Porque es
la soledad, tu amiga, quien se encarga de borrar las huellas de tu armadura
allá por donde caminas. Porque no, porque esta no es tu guerra, que es otra,
que es aquella que está marcada a sangre y fuego, con hilos dorados, sobre el
sendero de tu destino.
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