Intentas borrar las huellas del pasado. Te aferras al
destino, al presente y al futuro, a los santos de cartón piedra que lloran las
ausencias que martirizan tus adentros. Y quiero no mirar atrás, porque solo
puedo alcanzar el horizonte. Que tengo más cerca el futuro que ha de llegar con
el paso de los años, que aquel pasado cruel, sin sentido y sin sentimientos, que
dibuja en un papel los fantasmas que me saludan cada día cuando tú menos lo
mereces. Que te siento cerca, que te tengo aquí.
¡Cuántas preguntas sin respuesta! ¡Cuántas cosas por saber!
¡Cuántos errores ingenuos por no conocer, por no buscar, por no preguntar, por
no contar! Y cuando vuelve a aparecer la personalidad del escritor que quiero
ser, me siento incapaz de expresar aquello que nada en el mar de dudas que me
atormenta. Sin remedio, en noche oscura, el llanto, la pena y el sueño
convertido en pesadilla.
Mil noches de tormenta después…
Pero, aunque crees que después de la tormenta siempre llega
la calma, sabes bien que no es así. Tempestades del alma brotan desde lo más
profundo de su ser y te convierten en el ser más especial que haya podido dar
este planeta. Y, como en anteriores ocasiones, vuelves a mirar al cielo y
buscas la respuesta. Y rezas. Y adoras la silueta amorosa que te mira, que te
sonríe, que te abraza. Calma. Tempestad. Calma. Tempestad.
Y sientes que en la calma y en la tempestad se
produce siempre la misma tormenta de caricias que ansías y que navega con
viento a favor en el mar de ternura que siempre soñabas. No dudes. No temas.
Porque te siento cerca, porque te tengo aquí.
Que bonito Josean, y que triste a la vez. Me alegro de que hayas vuelto a escribir. Un beso.
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