Lienzo de Egbert Van Heemskerck "El Viejo" |
Repicaban
las campanas al tiempo que anochecía en aquella ciudad situada al norte de
Londres. Un mercado que cerraba sus puertas y una taberna que las abría.
Fariseos comerciantes que gastaban las ganancias del día en pan, vino y
prostitutas de alma angelical y cuerpo demoníaco.
En
la soledad de aquella oscura y gélida noche de agua y viento, los tres artistas
se encontraron en la misma estancia. Un pintor, un músico y un escritor. El
vino causaba estragos. Llanto y risas. Lágrimas y carcajadas. Razón y locura. Ciencia
y religión. Monarquía divina o un reinado para el pueblo.
Una
melodía atravesaba las pétreas paredes del mesón. Gritos de borrachos. La noche, que
hacía olvidar las penas, el dolor y la amargura de una existencia no deseada,
se mezclaba con el licor para convertir aquel lugar en un paraíso de lujuria,
perversión y desenfreno.
Mientras
tanto, el pintor maldecía los siniestros paisajes que había esbozado en los
últimos tiempos, en los que solo la luna y el color negro destacaban, frente a
la claridad de un pasado glorioso que parecía enterrado en el lúgubre, tétrico
y sombrío panteón familiar del cementerio de Highgate.
El
músico, brillante compositor de sinfonías que iban a resultar eternas, rompía
las partituras en las que solo podía trazar notas con los jirones de su piel, todas
sin sentido, escritas a contratiempo, y contra todos, contra el mundo.
"La cena de Emaús", óleo sobre lienzo de Caravaggio |
El
escritor, que siempre narraba cómo su madre lo había parido durante una
madrugada de tormenta, cuando la Armada Invencible se acercaba a las costas
británicas, se lamentaba por la enésima rima imperfecta, por los cientos de versos
inconexos y por aquellos poemas que jamás podría dedicar a su dama, desposada
días atrás con aquel maldito descendiente de Ricardo I de Inglaterra.
“El miedo y yo nacimos gemelos”, gritaba
Hobbes a los cuatro vientos, mientras se quejaba del reino de la oscuridad. Y
fue precisamente en aquella noche oscura, de tormenta y de tormento, de llanto,
pena y rabia, cuando los tres artistas se hicieron inseparables hasta el final
de sus días.
José Antonio López Arilla © 2013
José Antonio López Arilla © 2013
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