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"Quiero que bailes conmigo..." |
Un sol despreocupado y solitario se afana en esconderse entre nubes grises que traerán copiosas lluvias en este mar de urbanidad vespertina. Gentes del mundo agradecen cualquier gesto de ajena amabilidad, mientras los lugareños deambulan cabizbajos, como si no tuvieran alma, camino de un destino que ni alegra ni llena.
Es
entonces cuando veo la mirada de unos ojos extraños cuyos pensamientos se
desordenan al comprobar que, si amanece mañana, el día será como este, que se
cierra a ritmo pausado, sosegado, tranquilo… Y una lágrima cayó en el gris
asfalto sin querer llamar la atención.
A
su izquierda, entre tanta deshumanización, un anciano con sucios harapos no
esconde su falta de morada, pero tampoco su sabiduría y elocuencia. Sonríe, recuerda
y recita versos de su niñez con aires de juglar. Un soneto de Quevedo, otro de
Góngora. Un poema de Machado, unos versos de Poeta en Nueva York:
En la marchita soledad sin honda
el abollado mascarón danzaba.
Medio lado del mundo era de arena,
mercurio y sol dormido el otro medio.
Frente a él, un muchacho de
cabello largo y barba de varios días, con tejanos viejos, camiseta manchada y
zapatos desgastados del paso a paso de cada día, toca una rumba lenta con su vieja
guitarra, sin quitar la vista del amable caballero sin hogar.
De pronto, aquella
lágrima perdida, aquella gotita de pena que vino acompañada de un sollozo y de
su lamento, fue atravesada por un tímido rayo de sol y en el cielo se dibujó un
arcoíris. Joven y anciano quedaron deslumbrados al contemplar la belleza de
aquella estrella de exóticos rasgos que lloraba sin consuelo.
— ¿Quién te hizo mal, niña? —dijo el poeta septuagenario. ¿Quién lastima así tu corazón y te castiga con el suplicio de tan cruel
amargura?
— Diez años hace hoy, amable señor, que no puedo abrazar al ser que yo más quiero —respondió la muchacha.
El músico,
intrigado por la historia que pudiera ocultarse detrás de aquel llanto y de
aquellas palabras, invitó a la joven dama a sentarse junto a ellos. Después,
pidió al sabio disfrazado de forma andrajosa que le dedicara unos versos:
— En este momento vienen a mi pensamiento unas letras que mi abuelo
siempre recitaba de forma histriónica, cual personaje de comedia romántica… —dijo el anciano sin dejar de sonreír. ¿Sabéis quién es Bécquer? ¿Qué es poesía?, dices,
mientras clavas en mi pupila tu pupila azul, ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo
preguntas? Poesía… Eres tú.
Después,
la guitarra volvió a sonar. El joven músico cantó una canción sin dejar de
mirarla y acabó diciéndole: “quiero que
bailes conmigo y no quiero que nos echemos de menos el tiempo que vivamos”.
José Antonio López Arilla © 2014