martes, 14 de agosto de 2012

EL ESCRITOR Y LA EXPLICACIÓN


Perdido entre pensamientos que a ratos no tenían sentido, el escritor se sentó esta vez al piano para intentar encontrar los tres acordes que necesitaba para componer la canción que prometió a su cortesana amiga.

En su cabeza sangraban todavía las lágrimas de San Lorenzo que había contemplado la noche anterior sobre la hierba mojada de aquel bucólico jardín, aunque sombrío. Lágrimas que habían originado decenas de deseos en la inconsciente conciencia del autor del poema prohibido. Deseos aún del todo inconfesables y hoy completamente inalcanzables. Y unos versos del maestro, que seguía sentado al piano, que rozaban la perfección y que eran ejemplo del trabajo más dulce y delicado.

Y en su corazón, roto por el ingrato desprecio, se dibujaba con sutil precisión el tatuaje que sellaba la más vil de las traiciones. Unos desgarrados sentimientos que adoraban las lágrimas oscuras de un sufrimiento que traía vientos de tormenta y el tormento por su olvido.

El escritor golpeaba repetidamente el tintero con su pluma. Con la mirada perdida en la partitura, pasaban los minutos, las horas, el tiempo inexorable, y era incapaz de escribir una infausta nota. Solo cada cierto tiempo abría los ojos como si de un Quijote iluminado se tratara, y comenzaba a rellenar de forma frenética y furiosa cada compás del pentagrama.

Aún con todo, la madrugada envolvió de locura desmedida el estudio del escritor, quien, celosamente escondido, se protegía del paso del tiempo, ayudado, además, por aquella nieve otoñal, que obligaba a resguardarse del frío. Y perdido en sus noctámbulos pensamientos, encontró la explicación.


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