martes, 7 de agosto de 2012

MALEJÁN, MI PUEBLO (II)

Algunas casas situadas junto a la N-122
Cuando voy desde Barcelona, salgo de la autopista a la altura de Gallur, dirección Soria. Paso por delante de Magallón y, a continuación, atravieso Borja para encarar una recta que me lleva hasta Maleján, un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza. Con poco más de 300 habitantes, multiplica su población por diez, o vete tú a saber por cuánto, en verano, cuando vuelven para veranear aquellos que un día se vieron obligados a abandonar estas tierras en busca de un futuro, si no mejor, al menos diferente.


Maleján en plena fiesta mayor
Desde el mismo momento en que uno llega, se da cuenta de que todo es muy diferente a la gran ciudad. El tiempo pasa más despacio. Aunque quizás solo sea una particular falsa sensación, puesto que aquí no estoy pendiente del reloj, salvo para saber a qué hora es la cena con los amigos de toda la vida, a qué hora empiezan las jotas y el "paloteao" en el frontón, a qué hora comienza la música en el pabellón o a qué hora es el "baile del roscón".

Cada vez que estoy en Maleján, salgo a pasear por los caminos que rodean el pueblo. Y por los campos de trigo, hoy ya trillados. Miro al horizonte y gozo del silencio que ofrece la inmensidad del paisaje, ese silencio imposible que soy capaz de escuchar y que acompaña al sonido del viento, que silba desde las cumbres del Moncayo, la gran montaña que contempla majestuosamente toda la comarca del Campo de Borja. Y entonces, aunque no espero la llegada de la muerte, Dios me libre, veo pasar mi vida por delante. Y recuerdo cómo jugaba en la primera casa familiar que conocí. Y recuerdo el burro de mi abuelo. Y los bocadillos de chocolate que me hacía mi abuela. Y recuerdo a mi hermana Ana jugando en medio del camino, con tierra hasta en las orejas.


Parte vieja de la casa de mis abuelos. De película de terror
Aquí todo huele a pueblo. Ya en la casa nueva, aunque lo de nueva es una licencia que me acabo de permitir, todo es viejo. Pero funciona. Esta casa es tan grande, que asusta recorrerla. Y de noche vendría a ser algo así como la casa del terror. Da miedo todo. La tenue luz de bombillas de baja potencia. Los ruidos que se oyen de vez en cuando, como los que producen los chasquidos de la madera eterna de las vigas que sostienen los tejados. Siempre recordaré momentos como cuando mi abuelo me pedía que bajara a buscar vino a la pequeña bodega, situada en la parte inferior de la casa. Mientras se llenaba el porrón, yo miraba hacia un lado y hacia otro porque imaginaba que aparecería algún fantasma que rozaría mi espalda. ¡Cuántas vivencias y experiencias podría contar desde mi niñez!


Juanjo, el alcalde de Maleján, animando el tradicional "baile del roscón"
Podría pasar horas escribiendo acerca de las gentes de Maleján, de mis amigos de siempre, de personajes concretos que forman parte de la historia de nuestras vidas. Podría hablar de los que están y de los que se fueron para no volver más, aunque siempre estarán en nuestro recuerdo y en nuestros comentarios. Podría contar innumerables travesuras que volvían loco a más de uno. Mil y una historias podría reflejar en estas líneas, pero no es cuestión de acabar aburriendo al lector. Eso sí, hace un par de noches llovió. Y el olor a tierra mojada me hizo revivir por enésima vez recuerdos de adolescencia. Es Maleján. Es mi pueblo.

5 comentarios:

  1. Cuando se cuenta la vida desde dentro desde el recuerdo inmaculado las palabras fluyen limpias libres y quizá pueriles, pero esas palabras llegan y se posan en el corazón del lector que descubre esa parte sensible del trobador que de vez en cuando, encuentra sus versos.

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  2. No sé si como lectora me dejo llevar por lo que escribes. Pero me imagino que en alguna medida ese es tu objetivo como escritor, contagiarnos con tus palabras ¿No? Yo, como lectora me dejo llevar, me imagino los lugares que describes, como en este caso. Considero que me gusta la lectura y me gusta tu blog, así que aquí me quedo, a la espera de una nueva entrada. Que tal vez me permita imaginar o simplemente dejar un día pesado atrás. ¡Gracias Trovador!

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  3. Gracias. Leyéndote es como si hubiera estado en Maleján.
    Domènec

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  4. ¡Anima muchísimo leer vuestros comentarios! ¡Muchas gracias!

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  5. Algo que me ha gustado del texto: la objetividad. Alguien cuando escribe puede tener un sólo objetivo, como es entretener. Sin embargo, cuando escribimos sobre temas tan particulares, intimistas y subjetivos como estos, la cosa cambia. La memoria individual. El paso del tiempo. Arquitectura. Recuerdos. Entonces la labor no es la de un trovador, sino del escritor, la del recordante, la del cronista, la del informador, la del pensante y, sobre todo, la del que comparte lo suyo con los demás.

    Llevo veinte años en estas tareas, tanto que al final lo vocacional -escribir- puedo más que lo académico, con lo que supone dedicarse a algo que muy pocos valoran, so pena sobre todo de que les resulte incomprensible que escriba sobre aspectos que para muchas personas debieran quedarse en un ámbito reducido (recuerdos de familia, localizaciones, nombres y apellidos) cuando debieran saber ellos que esto, lo de escribir y publicar es algo que permanece cuando nosotros nos vayamos y ayuda a mantener vigente una memoria colectiva.

    Mi padre es nacido en Magallón. Habitante de Alberite. De Maleján tambien tengo hartos recuerdos. Arjol de Castejón de Valdejasa. En fin...

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