sábado, 26 de noviembre de 2011

EN UNA MESA ELECTORAL


Lo único que no me gustó del día fue madrugar. Eso de pelear cada mañana con el despertador ya me aburre. ¡Me cuesta tanto abrir los ojos! Algunas veces, cuando llega la hora y suena el primer móvil (me despierto con los teléfonos), estoy tan profundamente dormido que no sé de dónde viene ese ruido tan molesto y repetitivo. Ahora me despierto con los sonidos disponibles en los teléfonos. Hace tiempo lo hacía con “Estrella Polar” de Pereza. Cuando luego sonaba esta canción en el coche, me sobresaltaba y todo.

Bien, el día en cuestión llegó. Había esperado durante mucho tiempo que se hiciera realidad un día como el que tuve el domingo pasado. Muchos amigos me dicen que debo ser la única persona que conocen que deseaba formar parte de una mesa electoral. Y esta vez me tocó. Y yo encantado de la vida.

Cuando llegué a la puerta del colegio del pueblito donde vivo, a las 8 en punto de la mañana, ya había una multitud esperando. Presidente, dos vocales por mesa, suplentes, interventores, apoderados. Había cerca de 50 personas.

Abiertas las puertas, se organizaron rápidamente las mesas, los suplentes se marcharon a casa y los responsables de cada sala repasamos la información, rellenamos las actas correspondientes y esperamos a que dieran las 9 de la mañana. Se iniciaba así la jornada electoral del 20 de noviembre de 2011.

Narrar aquí minuto a minuto todo lo que viví sería completamente aburrido. Así que solo voy a contar algunas anécdotas. Por un lado, salió mi espíritu periodístico y muy pronto fui narrando a mis compañeros de mesa, Javier Martínez y Ángel López, el porcentaje de participación cada hora en punto. Por ejemplo, a las 10 había votado el 2,9% de las personas censadas en nuestra mesa. A las 11, el 9,4%. Las horas de mayor participación se dieron de 12 a 13 y de 11 a 12, con el 10,4% y el 9,6% respectivamente. En la lista de votantes constaban 752 personas. 484 votaron al Congreso y 461, al Senado, es decir, el 64,4% del total.

Llegados a este punto, tengo que reconocer que, aunque algunos se aburrieran, para mí fue un día divertido. Cuando no venía nadie, charlábamos entre nosotros tres o con los interventores de los diferentes partidos. Pero también daba tiempo de hacer otras cosas. Por ejemplo, repasé la lista de formaciones políticas. Partido Socialista, Partido Popular, Convergència i Unió, Izquierda Unida, Esquerra Republicana, UPyD. Hasta aquí todo normal. La cosa cambió cuando leímos Escons en blanc, Partit Animalista, Anticapitalistas o Pirates de Catalunya, sin duda alguna, el nombre que mejor designa a la clase política hoy en día.

Por otro lado, era gracioso escuchar determinados comentarios: “¿Pa’qué vamos a votar? Si son todos iguales”, “No tendría que votar nadie”, “Los que hay son malos y los que vienen detrás, peor”. Los calificativos que se dedicaban a muchos políticos tampoco eran demasiado agradables: chorizos, mangantes, ladrones. Y, por cierto, 23 personas solo votaron al Congreso, es decir, no quisieron ejercer el derecho al voto para el Senado porque consideraban que su existencia es ineficaz y absurda.

En momentos de calma, conversábamos con los votantes. Yo, que me encargaba de recoger el DNI, de leer el nombre en voz alta y de escribirlo en la lista correspondiente, me fijaba en las fotos. Es curioso que siempre me había quejado de lo mal que salgo en la mía. Pero ahora ya no tengo ningún derecho a protestar. A mucha gente no le hace justicia su foto del DNI. Pero otros muchos salen favorecidos. Créanme. Absolutamente favorecidos.

Otra cuestión es la de los nombres y apellidos. Hay que ver la mala leche que se gasta algún padre a la hora de poner nombre a su hijo. Porque poner Juan de Dios o Lucrecia María de los Dolores a alguien, puedo aceptarlo. Pero si sabes que tu hijo llevará Lucas como primer apellido, no le pongas Lucas también de nombre. ¿Creen que es broma? Pues no. Dos personas se llamaban así de nombre y primer apellido. Diferían en el segundo. Pero debían de ser familia y se debió tratar de una apuesta o algo parecido. Si no, no tiene explicación. En fin, hubo nombres y apellidos clásicos. Algunos pintorescos. Apellidos relacionados con la nobleza o con pueblos y ciudades españolas. ¡Ah! Solo votó un José Antonio. ¿Adivinan de quién se trata?

No me quiero extender más. El recuento fue lento. Cuadraron los datos a la primera, tanto para el Congreso como para el Senado. Fuimos los primeros en acabar. Lo peor de todo fue rellenar un montón de actas con los resultados, puesto que todos los interventores querían copias. Pero el día estuvo genial. Y, como dice Sabina en sus conciertos cuando el público canta sus canciones, “encima me pagaron”.

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