domingo, 19 de agosto de 2012

CUANDO LLEGA EL FINAL

Domingo, 19 de agosto de 2012. Son las 11:30 h. Sé que es ley de vida. Sé que se nace y sé que se muere. Sé que no queda otra: morir es consecuencia de haber nacido. Sé que es absurdo mantener artificialmente la vida de alguien que ya sin remedio se va. Sé que es inevitable y que posiblemente la muerte es la mejor salida. Pero no por ello podemos dejar de sentir una profunda tristeza cuando esperamos el final de los días de un ser querido. Aquella luz que un día se encendió, hoy se está apagando.

*****

Jueves, 23 de agosto de 2012. 17 horas. Llegó la hora. Se apagó su luz. Y pese a todo, como decía Rabindranath Tagore, "cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando".

*****

Un amigo, Alberto García, me ha ayudado a encontrar unas palabras de Manuel Moyano que dicen así:

"Ya no hay nada que hacer", escuché que decía el médico mientras su mano cerraba suavemente mis párpados. Al principio, tan solo vi oscuridad. Luego, en mitad de la negrura, se abrió un largo túnel: desde su otro extremo me reclamaba una intensa luz blanca. "Así que eso es el Cielo", pensé mientras me deslizaba, como si flotase, entre sus paredes húmedas y turgentes. Una extraña felicidad me invadió. Sin embargo, cuando llegué al final del túnel, lo que encontré no fue un mundo maravilloso, sino otra habitación de hospital. Un gigante me había agarrado de los tobillos y, sosteniéndome boca abajo, golpeaba con fuerza mi trasero. Indignado, intenté pronunciar algún exabrupto, pero de mi garganta no salieron palabras: solo un chillido de recién nacido.


sábado, 18 de agosto de 2012

PARA NO OLVIDAR

Mis tíos y mi padre (traje oscuro), unos cuarenta años atrás
- ¿Cuál es tu nombre?, preguntó el médico.
- Auguste.
- ¿Apellido?
- Auguste.
- ¿Quién es tu marido?
- Creo que... Auguste.
- ¿Qué edad tiene?
- 51.
- ¿Dónde vive?
- ¡Oh! ¡Tú ya estabas con nosotros!
- ¿Es usted casada?
- Estoy tan confundida.
- ¿Sabes dónde estás?
- Aquí y en todas partes. Aquí y ahora. No puedo culparlos.
- ¿Dónde estás?
- Todavía estamos viviendo.

Corría el mes de noviembre de 1901. El marido de la señora Auguste Deter decidió llevarla al hospital dado que había observado como su carácter había cambiado drásticamente en los últimos meses. Ella se mostraba agresiva por cuestiones simples y, además, se sentía perseguida por otras personas. El doctor Alois Alzheimer (1864-1915) estudió a la señora Deter desde aquel día hasta el momento de su fallecimiento en 1906. Las conclusiones del análisis post mórtem del cerebro daban a conocer los síntomas de lo que posteriormente fue denominado enfermedad de Alzheimer. Este es un fragmento del estudio realizado por el neurólogo alemán:


"Uno de los primeros síntomas de la mujer de 51 años fue un fuerte sentimiento de celos hacia su marido. Pronto mostró progresivos fallos de memoria, no podía encontrar su camino a casa, arrastraba objetos sin sentido, se escondía o a veces pensaba que otras personas querían matarla, de forma que empezaba a gritar. Durante su internalización sus gestos mostraban una completa impotencia. Estaba desorientada en tiempo y espacio. De cuando en cuando decía que no entendía nada, que se sentía confusa y totalmente perdida. A veces consideraba la llegada del médico como la visita de un oficial y pedía perdón por no haber acabado su trabajo, mientras que otras veces comenzaba a gritar por temor a que el médico quisiera operarla. En ocasiones lo despedía completamente indignada, chillando frases que indicaban su temor a que el médico quisiera herir su honor. De vez en cuando estaba completamente delirante, arrastrando las mantas de un lado a otro, llamando a su marido y a su hija, y con aspecto de tener alucinaciones auditivas. Con frecuencia gritaba durante las horas y con una voz horrible. La regresión mental avanzó gradualmente. Tras cuatro años y medio de enfermedad la paciente falleció. Al final estaba completamente apática y confinada a la cama donde adoptaba una posición fetal."

Este texto resume perfectamente los síntomas de los enfermos de Alzheimer. Dejan de ser lo que un día fueron. Cuerpos sin alma. El recuerdo de una vida plagada de vitalidad, de recuerdos, de aventuras, que ya nunca volverá a ser como antes y que, además, se va apagando poco a poco.

Hoy, ahora, cuando sabes que se aproxima el final, es inevitable pensar en los buenos ratos que pasamos juntos. También en la fugacidad de la vida y en aquellas cuestiones metafísicas sobre las que charlábamos hace ya muchos años.

Tío, la última vez que te vi, cuando nos despedimos, me dijiste: "encantado, ¿eh? Y saluda a los niños" (no tengo hijos). Ahí supe que ya no estabas, que hacía ya mucho tiempo que te habías ido.


martes, 14 de agosto de 2012

EL ESCRITOR Y LA EXPLICACIÓN


Perdido entre pensamientos que a ratos no tenían sentido, el escritor se sentó esta vez al piano para intentar encontrar los tres acordes que necesitaba para componer la canción que prometió a su cortesana amiga.

En su cabeza sangraban todavía las lágrimas de San Lorenzo que había contemplado la noche anterior sobre la hierba mojada de aquel bucólico jardín, aunque sombrío. Lágrimas que habían originado decenas de deseos en la inconsciente conciencia del autor del poema prohibido. Deseos aún del todo inconfesables y hoy completamente inalcanzables. Y unos versos del maestro, que seguía sentado al piano, que rozaban la perfección y que eran ejemplo del trabajo más dulce y delicado.

Y en su corazón, roto por el ingrato desprecio, se dibujaba con sutil precisión el tatuaje que sellaba la más vil de las traiciones. Unos desgarrados sentimientos que adoraban las lágrimas oscuras de un sufrimiento que traía vientos de tormenta y el tormento por su olvido.

El escritor golpeaba repetidamente el tintero con su pluma. Con la mirada perdida en la partitura, pasaban los minutos, las horas, el tiempo inexorable, y era incapaz de escribir una infausta nota. Solo cada cierto tiempo abría los ojos como si de un Quijote iluminado se tratara, y comenzaba a rellenar de forma frenética y furiosa cada compás del pentagrama.

Aún con todo, la madrugada envolvió de locura desmedida el estudio del escritor, quien, celosamente escondido, se protegía del paso del tiempo, ayudado, además, por aquella nieve otoñal, que obligaba a resguardarse del frío. Y perdido en sus noctámbulos pensamientos, encontró la explicación.


martes, 7 de agosto de 2012

MALEJÁN, MI PUEBLO (II)

Algunas casas situadas junto a la N-122
Cuando voy desde Barcelona, salgo de la autopista a la altura de Gallur, dirección Soria. Paso por delante de Magallón y, a continuación, atravieso Borja para encarar una recta que me lleva hasta Maleján, un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza. Con poco más de 300 habitantes, multiplica su población por diez, o vete tú a saber por cuánto, en verano, cuando vuelven para veranear aquellos que un día se vieron obligados a abandonar estas tierras en busca de un futuro, si no mejor, al menos diferente.


Maleján en plena fiesta mayor
Desde el mismo momento en que uno llega, se da cuenta de que todo es muy diferente a la gran ciudad. El tiempo pasa más despacio. Aunque quizás solo sea una particular falsa sensación, puesto que aquí no estoy pendiente del reloj, salvo para saber a qué hora es la cena con los amigos de toda la vida, a qué hora empiezan las jotas y el "paloteao" en el frontón, a qué hora comienza la música en el pabellón o a qué hora es el "baile del roscón".

Cada vez que estoy en Maleján, salgo a pasear por los caminos que rodean el pueblo. Y por los campos de trigo, hoy ya trillados. Miro al horizonte y gozo del silencio que ofrece la inmensidad del paisaje, ese silencio imposible que soy capaz de escuchar y que acompaña al sonido del viento, que silba desde las cumbres del Moncayo, la gran montaña que contempla majestuosamente toda la comarca del Campo de Borja. Y entonces, aunque no espero la llegada de la muerte, Dios me libre, veo pasar mi vida por delante. Y recuerdo cómo jugaba en la primera casa familiar que conocí. Y recuerdo el burro de mi abuelo. Y los bocadillos de chocolate que me hacía mi abuela. Y recuerdo a mi hermana Ana jugando en medio del camino, con tierra hasta en las orejas.


Parte vieja de la casa de mis abuelos. De película de terror
Aquí todo huele a pueblo. Ya en la casa nueva, aunque lo de nueva es una licencia que me acabo de permitir, todo es viejo. Pero funciona. Esta casa es tan grande, que asusta recorrerla. Y de noche vendría a ser algo así como la casa del terror. Da miedo todo. La tenue luz de bombillas de baja potencia. Los ruidos que se oyen de vez en cuando, como los que producen los chasquidos de la madera eterna de las vigas que sostienen los tejados. Siempre recordaré momentos como cuando mi abuelo me pedía que bajara a buscar vino a la pequeña bodega, situada en la parte inferior de la casa. Mientras se llenaba el porrón, yo miraba hacia un lado y hacia otro porque imaginaba que aparecería algún fantasma que rozaría mi espalda. ¡Cuántas vivencias y experiencias podría contar desde mi niñez!


Juanjo, el alcalde de Maleján, animando el tradicional "baile del roscón"
Podría pasar horas escribiendo acerca de las gentes de Maleján, de mis amigos de siempre, de personajes concretos que forman parte de la historia de nuestras vidas. Podría hablar de los que están y de los que se fueron para no volver más, aunque siempre estarán en nuestro recuerdo y en nuestros comentarios. Podría contar innumerables travesuras que volvían loco a más de uno. Mil y una historias podría reflejar en estas líneas, pero no es cuestión de acabar aburriendo al lector. Eso sí, hace un par de noches llovió. Y el olor a tierra mojada me hizo revivir por enésima vez recuerdos de adolescencia. Es Maleján. Es mi pueblo.

domingo, 5 de agosto de 2012

MALEJÁN, MI PUEBLO (I)

No hace demasiadas semanas, un anuncio publicitario destacaba el hecho de tener un pueblo al que ir de vacaciones. Cada vez que aparezco por aquí vuelven los recuerdos de mi infancia. Aunque nací en Barcelona, bien es verdad que pasaba mis vacaciones de verano, los tres meses, en esta tierra. Y también cada puente. Recuerdo los viajes en coche minúsculo. El reencuentro con los amigos de siempre. Esos que te recibían con alegría, con buen humor, entre bromas, con los brazos abiertos, pese a mis dudas acerca de si se acordarían de mí, puesto que tenía la sensación de que había pasado una eternidad.

En fiestas, se come, se bebe y se ensaya para la ronda del domingo
Ayer se cruzaron de nuevo presente y pasado. Es un pasado que no volverá a repetirse, pero que siempre recuerdas con cariño, con alegría. Y también con cierta tristeza por aquellos que ya no están. Y es presente porque seguimos estando ahí, porque seguimos viviendo hoy, y porque cada uno de nosotros ha evolucionado. Cada uno a su manera. Pero sí, se ha producido una evolución. Y, cómo no, me ha vuelto a llamar la atención cómo pasa el tiempo y sigue habiendo entre nosotros la misma conexión de años atrás. También las mismas bromas. Los mismos comentarios. Las mismas "tontadas". Las mismas frases hechas que repetíamos una y otra vez.

http://www.youtube.com/watch?v=DjnhGwxQkFk
No quiero escribir aquí los nombres de mis mejores amigos de la infancia porque, dado mi manifiesto despiste, corro el riesgo de olvidarme de algunos. Pero resulta gratificante comprobar cómo la mayoría es feliz, cómo tienen sus parejas, sus hijos, cómo se acercan a mí para saludarme, para preguntarme qué tal me va en la vida. Incluso, da gusto comprobar cómo algunos que llevaban caminos equivocados, hoy están totalmente estabilizados.

Manolo García, uno de los históricos del núcleo duro de Maleján
Por supuesto, no han faltado ya las primeras conversaciones pseudofilosóficas. Uno de mis amigos me decía lo siguiente: "te veo espectacular. Sigues siendo el rey". Siguiendo con una conversación telefónica que mantuvimos no hace demasiado tiempo, en tono irónico, le he respondido: "¡Nah! Solo me voy reinventando de vez en cuando". Después de la carcajada correspondiente, en su evidente y característico tono pragmático, prosiguió: "como dijo Darwin, no sobrevive el más fuerte. Tampoco el más inteligente. Solo aquel que es capaz de adaptarse a los cambios". Realmente no sé Darwin dijo esto. Y, con toda probabilidad, mi amigo tampoco lo sabe. Pero, ¿qué más da?

En fin, podría extenderme y escribir párrafos y párrafos de mi vida y mi pasado y mi presente aquí. Pero no pretendo aburrir a nadie con historias de la infancia. Esto es Maleján. Porque yo también tengo un pueblo al que venir en vacaciones. Porque aquí, aunque soy nacido en Barcelona, tengo también mis raíces.


sábado, 28 de julio de 2012

RESURRECCIÓN


I

Aquella tarde volví a sentir la sensación extraña que recorre mi cuerpo cada vez que debo situarme frente al público. Aquellas cosquillas en el estómago nacen días antes del evento y solo se van apagando con los primeros aplausos después de la primera canción. Estábamos montando el escenario entre diálogos de palabras temblorosas, anécdotas, comentarios sobre errores del pasado y ánimos mutuos.

A ratos, me sentía raro. Ese maldito cosquilleo se había instalado en mí y no era capaz de hacer que desapareciera. Quería que el reloj marcara las diez de la noche. Quería empezar. Quería acabar. Quería los aplausos del final. Y quería irme a mi casa a descansar. Al mismo tiempo, soñaba con llenar el local de gente conocida que fuese incapaz de apreciar un error. De hecho, cualquiera de mis amigos confundiría el sonido de un percusionista profesional con el que emite un niño dando golpes en la mesa de un bar.

Ese extraño sentimiento me hacía guardar silencio. Mis compañeros de banda charlaban, reían y se burlaban de mí. Me preguntaban si había aprendido a cantar ya o si había estudiado música con la ayuda de algún curso a distancia. Comentarios típicos entre componentes de un grupo que son, por encima de todo, amigos. Yo no respondía. Mi cabeza volaba. Intentaba centrarme en el repertorio. Al fin y al cabo, solo tenía que cantar diez canciones. A lo sumo, doce. Y eso siempre que el público gritara al unísono “otra, otra”.


II

Pasadas las nueve de la noche, montado el escenario, preparados los instrumentos, ordenados los cables, situadas las partituras en los atriles, realizadas las pruebas de sonido, y con todo listo para el inicio del concierto, nos sentamos junto a la barra del antro de mala muerte que siempre nos daba la oportunidad de lucirnos. Ese día era especial porque era la primera vez que nos iban a pagar por tocar. Habíamos actuado allí en infinidad de ocasiones. Siempre gratis. El dueño, un tipo peculiar, era un antiguo empresario venido a menos después de un divorcio y de una amante que lo dejaron sin blanca. Desesperado por lo que tuvo y perdió, Isma siempre contaba que solo tenía dos salidas: lanzarse al vacío desde lo alto del acantilado más cercano o refugiarse en aquella oscura cueva y ahogarse en alcohol.

Diez años hacía aquel día que había abierto su local. Y como no quisimos dejarlo solo en una fecha tan especial, nos pusimos manos a la obra. Engalanamos su bar con banderas de colores y con cientos de globos. Buscamos la colaboración de diferentes marcas de bebidas. Imprimimos entradas donde ofrecíamos regalos para los asistentes. Colgamos carteles que anunciaban el concierto y la fiesta por toda la ciudad. Isma estaba tan emocionado que se le saltaban las lágrimas, aunque tampoco nos sorprendió, puesto que esto era frecuente a partir de la quinta cerveza o del tercer gin tonic. En una de sus borracheras prometió pagarnos por el concierto de esta noche, pese a que “tendríais que pagarme vosotros a mí por permitiros tocar aquí pese a lo malos que sois”.

De ahí al inicio del concierto, pocas novedades. Fue llenándose el garito de Isma, fueron llegando caras conocidas. Y también desconocidas que acompañaban a las primeras. El reloj marcaba las diez. Se apagaron las luces, mientras un tenue rayo alumbraba el escenario. Se hizo el silencio. Y en unos segundos sonaron las baquetas. Un, dos, tres y… Primeros acordes, primeras notas, primera canción. Todo acontecía según lo previsto. Se calmaban mis nervios poco a poco. Además, los focos me deslumbraban, lo cual me impedía reconocer a nadie entre la multitud.


III

Pero, como siempre, algo tenía que pasar. Esta vida no ofrece respiro. Eso pensé cuando apareció ante mí, a menos de dos metros, la mirada más bonita que jamás había conocido. Sara, a la que hacía varios años no veía, estaba allí. Me miraba. Me sonreía. Bailaba con movimientos dulces, con estilo. Intentaba no fijarme en ella para no perder el ritmo y el control de mi actuación. Y, de pronto, desapareció. “¡Como siempre!”, pensé.

La busqué con mi mirada por todo el antro. Quizás se fue. “¿Tan mal lo estábamos haciendo?”, seguía pensando. Y centrado en el concierto, llegó el descanso. Y aunque muchos de nuestros amigos se acercaron al escenario para saludarnos, di un salto y me dediqué a buscar a Sara entre el público. Diez minutos después, desistí y me dirigí a la barra en busca de la enésima cerveza. Mientras bebía, traté de reconocer a todos los que se habían acercado a la fiesta. Y entonces una voz me susurró: “¿Nervioso por el concierto o nervioso por verme?”. Con mi descaro habitual, respondí: “ni una cosa ni la otra”.

Lo que sucedió a partir de ese momento se convierte en un tópico absolutamente literario que no merece la pena desarrollar. Acabó el concierto. Entre aplausos, nos sentimos estrellas del rock por un instante. Prometí una cena pagada a mis amigos de la banda si recogían mis cachivaches. Y desaparecí.


IV

La noche se hizo corta. Nos contamos todo lo que había sucedido en nuestras vidas durante los últimos cinco años. Sara y yo tuvimos una breve relación. Física. Física y química. Pero nuestros momentos vitales eran diferentes. Era una mujer inteligente. Cuando se graduó, se fue al extranjero. Cuando me gradué, todavía no pensaba en un trabajo con carácter estable. Mi sueño era la música. Quería viajar para conocer, no para trabajar. Y nuestros caminos, después de varios meses de apasionada fusión, de locura desenfrenada, de puro, aunque no casto, amor juvenil, se separaron. Sara voló. Se fue. Desapareció. Y no dejó rastro. Y aunque pensé que volvería, pasaron los años y nunca más supe de ella.

Aquella noche pasaron las horas entre bailes para dos cuerpos que son uno. Daba igual la canción. No nos separamos. Si no hablaba nuestra voz, lo hacíamos a través de las miradas. La narración de nuestras vidas contaba los acontecimientos vividos, sin preguntarnos los porqués. Un abrazo. Dudas. ¿Quién dará el primer, enésimo, paso? Un primer beso. Dulce. Suave. Tímido. Un abrazo más largo. El silencio mezclado físicamente con la química. Más besos. Un beso eterno. Un paseo junto al mar. El famoso acantilado. Y el mismo final de aquellas noches que, cinco años después, volvía a ser portada.

El sol despuntaba ya tímidamente. Clareaba el horizonte. Después del calor, el frío. Arrope con mi chaqueta a Sara y la abrigué con mi abrazo. Y caminamos. Lo hacíamos despacito, como no queriendo que llegara el final. Le pregunté cien veces, o más, si se quedaría para siempre. No respondía. Solo bromeaba con su respuesta e insistía en que había vuelto desde el más allá porque tenía ganas de verme. Y que ahora que había comprobado que era feliz, volvería a marcharse. Pero seguía sin decirme dónde vivía. Yo, que hubiera dado cualquier cosa por no haberla perdido, reconocía en mi fuero interno que Sara era la única mujer por la que sería capaz de abandonar esa libertad que me condenaba cada día de mi vida a estar libre de relaciones que no me llenaban.

Y así, alegre y sonriente por haber encontrado a Sara, e ilusionado con la posibilidad de que esta vez fuese para siempre, la acompañé hasta su calle, como tantas veces había hecho cinco años atrás. Nos despedimos con otro abrazo lleno de amor. Nos besamos. Lloraba. Sus lágrimas regaron el alma de este pobre corazón que, posiblemente, era más sensible de lo que trataba de mostrar exteriormente. Bromeando, agradecí que hubiera resucitado aquella noche para venir a verme y por hacerme recordar aquellos momentos que se habían quedado guardados en el pasado. Le pregunté si nos volveríamos a ver. Me miró. Me sonrió. Y contestó: “tal vez”. Y se alejó despacio. Mi chaqueta le quedaba perfecta. No le dije nada pese a que me estaba muriendo de frío. Era la excusa perfecta para volver a vernos pronto.


V

Horas después, cuando me levanté casi sin haber podido dormir, pensé que todo había sido un sueño. Trataba de recordar cada minuto vivido la noche anterior. Daba igual la fiesta del antro de Isma. Daba igual si el concierto había sido un éxito o no. Solo me importaba Sara. La física, la química y volver a verla. Si se iba, quería marcharme con ella. Si se quedaba, quería estar con ella.

Y como no quería que volviera a desaparecer y pasaran otros cinco años, fui a buscarla. El problema es que sabía en qué calle vivía, pero no recordaba exactamente cuál era su casa. Nunca conocí a sus padres. Ni a sus hermanos. Sabía que eran cuatro. Sara, la única chica. Fue una relación apasionada, donde solo ella y yo fuimos protagonistas. No hubo presentaciones familiares, ni formales ni de ninguna clase. Tampoco es que tuviéramos tiempo. De hecho, no nos lo planteamos. No pensamos en bodas hasta que la muerte nos separe, ni prometimos ser fieles en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida. Durante unos meses, cinco, vivimos el momento. Sin más. Sin pensar en el día después. Hasta que se fue. Y aunque siempre pensé que volvería, pasaban los días, los meses, los años. Y nunca más supe de ella.

Si contara que sin pensar salí de mi casa para buscarla, mentiría. Lo estuve meditando desde que desperté aquel mediodía de sábado. Imaginaba la situación. ¿A quién preguntaba por ella? ¿En qué casa debía picar? ¿Quién abriría la puerta? ¿Qué se supone que debía decir si no era ella quién atendía?

Pensando en todas estas cuestiones, después de varias horas, me acerqué hasta su calle. Pero no sabía por dónde empezar. Quizás la conocían en alguna de las tiendas que allí había. Mostré su foto, la única que tenía, a la dependienta de una de ellas. Varias respuestas negativas y algún quizás más tarde, obtuve la primera de las pistas. Esta me llevó hasta María, quien decía ser amiga de uno de sus hermanos. Era la dueña de una tienda donde se vendía de todo. Inciensos, velas, fragancias para envolver tu hogar de un aroma pacificador. Era un lugar silencioso. Solo se oía el sonido del agua de una fuente pequeña situada en el centro de aquel establecimiento que recordaba a un bazar oriental.

El rostro de María, que sonreía, se llenó de dolor cuando le mostré la fotografía de Sara al tiempo que preguntaba si la conocía. Me pidió que esperara un momento, terminó de atender a unas clientas, y se acercó. Cogió la foto de Sara, la miró en silencio y una lágrima que resbaló por su mejilla susurró a los gritos que algo malo me iba a contar. El cosquilleo en mi estómago, como ayer, resucitó. Mi cabeza, a mil por hora, intentaba descifrar el mensaje que transmitía el dolor que María sentía por mi culpa en ese momento.

Pasaron unos minutos antes de que la amiga del hermano de Sara pudiera articular palabra. Con los ojos húmedos, me contó que había sido novia de Lucas, uno de los hermanos de Sara. Y entre sollozos narró cómo una madrugada, algunos años atrás, la policía se presentó en el domicilio familiar para dar cuenta de la peor de las noticias. Sara había sufrido un accidente de tráfico en la ciudad en la que residía mientras estudiaba su doctorado.

Eso no era posible. Yo había estado con ella la noche anterior. Y no era un sueño. Creí estar volviéndome loco. Conté a María lo sucedido. Hablamos durante horas. Me pidió que no me acercara a la casa de Sara para no hacer revivir el dolor a su familia. Esperé a que cerrara la tienda, puesto que María quiso acompañarme hasta el lugar donde supuestamente reposaba el cuerpo de Sara. Yo no había dejado de temblar desde que había conocido su trágico final. De pie junto a María, ya dentro del cementerio, situados frente a la lápida de Sara, pude leer su nombre. También la fecha de su muerte. La tumba estaba adornada por un montón de bonitas flores recién colocadas. Algunas blancas, otras de colores. Junto a ellas, cómo en el final de una antigua leyenda urbana, mi chaqueta.



sábado, 21 de julio de 2012

CIUDAD DE DIOS

Mirando hacia el horizonte. Inalcanzable. Imposible, como no morir
Desde mi pequeño y siempre disimulado rincón del mundo, escondido cuando huyo de vanidades que arden en la hoguera, donde solo por el tejado podría entrar el sol, si no fuera porque siempre es de noche, donde solo las estrellas alcanzan para contemplar el sendero iluminado que marcaste con palabras sabrosas de cándida indecencia, donde solo algunos privilegiados han podido recorrer caminos de espléndida hermosura, donde las flores extienden sus alas de colores para dar la bienvenida al nuevo día, desde donde observo como mares y montañas se cruzan para conformar un horizonte inalcanzable, imposible, como no morir, allí donde guardo mi escudo y mi armadura, me cubro el rostro con las manos pero me descubro ante ti para sostener con excelsa rotundidad que seguiré escribiendo cada providencial capítulo en el libro de esta vida que no duele. Porque no, porque el destino no está escrito, ni marcado, pero este pensamiento agustiniano no deja de susurrarme al oído que nada es casualidad, que las cosas pasan porque (cuando) tienen que pasar.



martes, 10 de julio de 2012

NO SE ME DAN BIEN LAS DESPEDIDAS

Esta cara ponía Vendegush cada vez que me despedía de él
Para todos aquellos que son importantes en mi vida: nunca se me han dado bien las despedidas. De hecho, por más que busco, por más que lo intento, no encuentro palabras bonitas para narrar el momento que ponía punto y final a unas sesenta horas juntos. ¿Será verdad eso de que la vida está compuesta de pequeños grandes momentos? ¿Serán las despedidas uno de esos grandes momentos? Y, dado que la inspiración me ha abandonado, tan solo quiero expresar un deseo: volver a veros muy pronto.



domingo, 8 de julio de 2012

DEJAR DE IMAGINAR

Besos frente al Big Ben
Dejar de imaginar para descubrir. Descubrir cómo es tu cuerpo. Y trepar por él. Y alcanzar el cielo. Sin soñar. Sin pensar. Solo sentir. Y cerrar los ojos y rozar tu piel con mis dedos para hacerte volar. Dejar de imaginar. Quiero pensar que despierto al amanecer y al darme la vuelta te siento junto a mí. Aquí. O allá. O en cualquier lugar. Y aquel abrazo imaginario se hace realidad. Y atada a mí, atado a ti, noches de diciembre, susurraban versos, que no se olvidarán. Momentos eternos que tienen que llegar. No se olvidarán. Que no quiero soñar. Que quiero descubrir y sentir. Y volver a vivir. Dormir y despertar. Pasear. Que la vida es corta. ¿Para qué sufrir? ¿Para qué llorar? Cuento los días. ¿Volverás? ¡No! ¡No volverás! Seré yo. Iré. ¡Pídelo! ¡Deséalo! ¡Pídemelo! ¡Iré! ¡Vendrás! Y tu cuerpo y el mío se fundirán en un abrazo dorado. En días de verano, en noches de invierno. Siempre. Sin lágrimas. ¡Que no quiero Dafne ni laurel! Espérame. Llegaré. Y dejaré de imaginar para descubrir. Descubrir tu cuerpo. Trepar por él. Y quedarme contigo. Con tu saber hacer. Con tu saber estar. Y no te dejaré escapar. Y no me dejarás marchar.



viernes, 6 de julio de 2012

GENTE, GENTE, GENTE

Gente que va y que viene. Gente que se fue. Un adiós, sin más. Gente que se queda a tu lado para siempre. 60 horas. Menos. Más. Un hasta pronto, porque volveré. Gente que te quiere, gente que te olvida. Gente que critica. Gente que ama. Gente que ríe. Gente que llora. Gente que se alegra de la desgracia ajena. Gente que ayuda. Siempre gente. Gente a todas horas. Gente solitaria. Gente. Gente. Y más gente. Gente que llegó cuando no lo esperabas. Gente que aparece, desaparece y, cuando ya no suspiras, vuelve a aparecer. Gente de aquí, gente de allá. Gente dulce, gente ácida, gente borde, gente árida. Gente cuya sonrisa conquista corazones. Gente en paz. Gente sembrando la semilla de la discordia. Gente que canta, gente sin voz. Gente que grita, gente que escucha. Gente que seduce. Gente que arriesga. Porque el que no arriesga, no gana. Gente que corre y que te hace correr. Gente ignorante, gente sabia. Agradecidos mil, gente que no sabe agradecer, querer, desear, besar, abrazar, reír y llorar de felicidad. Amo a mi gente. Y los quiero aquí. Pronto. Tarde. Hoy o mañana. Pero siempre aquí. Gente que no olvida. No corras, que la vida regala. Gente y Dios. Gente divina. Siempre gente.



lunes, 2 de julio de 2012

EUROCOPA 2012, LA CONTRACRÓNICA

Y para cerrar las crónicas de la Eurocopa de Polonia y Ucrania, no podíamos olvidarnos de los “no futboleros”. Sin duda alguna, el fútbol es uno de los deportes con mayor número de aficionados en todo el mundo. Pero también es verdad que, como acontecimiento deportivo, para muchos no tiene el menor interés. Pero, por el contrario, a estos que no gusta el fútbol, sí están interesados por otros detalles que nos regalan estos grandes eventos y que nada tienen que ver con el resultado de los partidos.

¿Quién no recuerda alguna de las imágenes más vistas en julio de 2010, cuando España conquistó por primera vez en su historia el Mundial de fútbol? Era 11 de julio. La ciudad, Johannesburgo. El estadio, el Soccer City. España, con un golazo de Iniesta en el minuto 116 de partido, a cuatro del final, ganaba la Copa del Mundo. Aquí está el gol contado por los protagonistas del mismo:


El gol fue importante. El más importante de nuestra historia futbolística. Pero detrás del jugador se esconde la persona, el compañero, el amigo. Andrés Iniesta se quitó la camiseta roja y mostró una dedicatoria muy especial. Estaba rindiendo homenaje a Dani Jarque, futbolista del Espanyol, fallecido en agosto de 2009. El link siguiente es emocionante:


Pero la otra crónica de la final se iba a seguir escribiendo en plena celebración española. El capitán del equipo, Iker Casillas, recogía el trofeo. Después, entrevistado por su novia, Sara Carbonero, iba a cumplir una promesa:


Ayer, Iker y Sara se volvieron a besar. Esta vez lo hicieron de forma más discreta, aunque volvieron a llamar la atención:


Sergio Ramos es otro de los protagonistas importantes dentro y fuera de los terrenos de juego. Nos hizo reír con la caída de la Copa del Rey desde lo alto del autobús que transportaba al equipo blanco por la ciudad de Madrid:


Y si nos habíamos reído con el episodio de la caída de la copa, muchos nos burlamos hasta morir con el penalti que tiró frente al Bayern en las semifinales de la Champions el pasado mes de mayo:


Y, por supuesto, con el miedo en el cuerpo, le perdonamos todo después del que lanzó contra Portugal en esta Euro 2012 para desterrar fantasmas del pasado:


Centrándonos ya en la Eurocopa de Polonia y Ucrania, que de forma tan brillante acaba de conquistar España, he seleccionado algunas imágenes que, por alguna razón, me han llamado la atención. Por ejemplo, el pronóstico que hizo el hijo de don Vicente del Bosque:


El árbitro portugués Pedro Proença pita el final del partido. Tanto esfuerzo merece la pena. Los protagonistas lo celebran sobre el terreno de juego del Olímpico de Kiev:


Al mismo tiempo, una vez recogido el trofeo, los jugadores hacen partícipes de la fiesta a sus familiares. Los más pequeños disfrutan del confeti lanzado en el momento en que Iker Casillas alzaba la Eurocopa:


Aquí tenemos también algunas fotos de esa celebración de los jugadores con sus familias:


Shakira no estuvo en Kiev junto a su novio, Gerard Piqué, porque tenía concierto en Lisboa. Pero se mostraron muy cariñosos con sus mensajes a través de Twitter:


Eso sí, el central catalán sabe mover las caderas a ritmo de waka waka y la cantante colombiana es cada día más fan de la Roja gracias a su particular “número 3”:


Sara vibró con el penalti que detuvo Iker Casillas al portugués Moutinho. Era la semifinal contra Portugal:


También hemos encontrado auténticas tomas falsas. ¿Recuerdan la tanda de penaltis contra Portugal? El primer penalti fue lanzado por Xabi Alonso. El segundo, por Iniesta, que fue entrevistado por Sara Carbonero al finalizar el encuentro:


Para los amantes de la prensa del corazón, una noticia interesante es la futura paternidad del italiano Balotelli. ¿Quién será la madre de su hijo? Aquí tenéis la respuesta:


Balotelli mostró su cuerpo después de marcar el segundo gol frente a Alemania. Un tanto lleno de garra y de potencia. Un cuerpo espectacular. Con ustedes, la Masa:


Uno de los momentos más emocionantes, por el resultado, porque alcanzamos la final de Kiev y porque vimos cómo se abrazaban algunos amigos, fue aquel en el que Cesc Fàbregas transforma el penalti que clasificaba a España y dejaba fuera del torneo a la Portugal de Cristiano Ronaldo, quien maldecía su mala suerte. “Qué injusticia”, repetía el delantero portugués una y otra vez:


Aunque, particularmente, me emocionó mucho más ver cómo se abrazaban los jugadores de la Roja. Dejaban a un lado diferencias políticas, por sus respectivos lugares de nacimiento, y deportivas. Barça y Real Madrid quedaban relegados a un segundo plano:


Y aquí Pepe Reina, el showman de la selección, haciendo de las suyas:


Para finalizar, votantes femeninas han elegido a algunos de los futbolistas más atractivos de esta Eurocopa:










http://entretenimiento.starmedia.com/fotos/futbolistas-mas-guapos-eurocopa-2012/victor-valdez.html

En definitiva, dos países, un continente entero, medio mundo estaban pendientes de un evento internacional que no era un mero partido de fútbol. Se trataba de todo un acontecimiento para España y para Italia, cuyas selecciones se enfrentaron en la final. Pero también para Polonia y Ucrania, por ser los anfitriones de esta Eurocopa 2012, para todos aquellos que aman el fútbol, que disfrutan con este deporte, y para los que no entienden de fútbol, pero sí del espectáculo.

ESPAÑA, OTRA VEZ CAMPEONA DE EUROPA


Pasión roja. Furia. Espectáculo increíble. Fútbol total. No quisimos “biscotto” porque queríamos comernos el mejor de los pasteles. Tiqui-taca. Pim, pam, pum. España conquista la Eurocopa, mientras el mundo admira el juego de la Roja, que asombra, deslumbra, bate récords y asusta a cuanto rival se interponga en su camino hacia la leyenda.

Pese a todo, aquel que viera el resultado sin haber visto el partido podría pensar que fue coser y cantar. Y no. España se adelantó pronto en el marcador. Minuto 13, primera parte. Cesc Fàbregas recibe un balón en profundidad, se va de su marcador y pone el balón en el lugar perfecto para que Silva remate de cabeza para colocar el balón en el fondo de la red.


El 1-0 daba tranquilidad al equipo español y obligaba a Italia a buscar el empate. Y los transalpinos tuvieron sus ocasiones. Intentaron poner cerco a la meta de Iker Casillas. Pero el mejor portero del mundo demostró una vez más su calidad y evitó el empate.

Cuando los azzurri buscaban el tanto que igualara el choque, Jordi Alba inicia una jugada espectacular, cede el balón a Xavi, corre como un gamo gritando a su nuevo compañero en el Barça, que se la devuelva. Este la pone con maestría y con precisión en el sendero iluminado que había dibujado sobre el césped el lateral izquierdo de España, que culmina la jugada batiendo a Buffon. Era el 2-0.


Ya en la segunda mitad, Prandelli, el seleccionador italiano que ha dado otro aire, otro estilo a la selección azzurra, cambia a Di Natale por Cassano. España domina. A ratos, maravilla.  En plena exhibición, la Roja busca el tercero. Pero también Italia pudo recortar distancias.

En el 10 de la segunda parte, Prandelli agota sus cambios. Thiago Motta sustituye a Montolivo. Italia lo intenta. España se gusta. Está más cerca el tercero de los españoles que el primero de los italianos. España, majestuosa, crece, se vuelve gigante, bailando a ritmo de tiqui-taca. Italia, con el agua al cuello, pone corazón, pero le falta aire para poner cabeza. Y cuando se acerca con peligro, vuelve a aparecer Iker Casillas, uno de esos pocos arqueros que dan títulos a su equipo.

En el 60 de partido, con media hora por delante, se produce otro hecho que va a resultar definitivo. Thiago Motta se lesiona nada más saltar al terreno de juego. Italia ha hecho los tres cambios. Tendrá que jugar con diez el resto de la final. 2-0 y un hombre menos. Demasiada ventaja para el mejor equipo del mundo. Una losa muy pesada para el aspirante a destronar al campeón.

De ahí al final, la escuadra española se sabía ganadora. Italia no volvió a ver el balón. España presionaba y robaba el esférico con facilidad. Tocaba y tocaba. Controlaba. Más tiqui-taca. Más ocasiones. Italia estaba entregada. La grada roja empezaba a celebrar el título. La tercera Eurocopa estaba al caer. El tercer título consecutivo, algo que nadie había logrado antes, era cuestión de minutos.

El párrafo anterior podíamos haberlo repetido cada dos minutos porque era más de lo mismo. Pero Fernando Torres entró por Cesc Fàbregas. El 9 sustituyó al mal llamado “falso 9”. El Niño tenía un cuarto de hora por delante para marcar  y convertirse así en el balón de oro de la Euro 2012.

Y como este equipo empieza a acostumbrarse a romper todos los registros, llegó el tercero. Corría el minuto 83, a seis del final. Xavi vuelve a colocar un balón perfecto para la carrera de Torres, que se planta ante Buffon, coloca el tercero en el marcador y hace callar a todos aquellos que dudaban sobre su capacidad goleadora.


Pero faltaba la guinda. El autor del gol que nos hizo campeones del mundo, “serás eterno” Iniesta, fue sustituido por Juan Mata. El jugador del Chelsea quiso participar de la fiesta. Una fiesta a la que iba a ser invitado por su amigo Torres, que le cedió un balón dentro del área para que rematara al fondo de las mallas. Era el cuarto de España. Nadie antes había encadenado Eurocopa, Mundial y Eurocopa. Nadie antes había ganado una final de la Eurocopa por 4-0. Ni en el mejor de nuestros sueños podíamos haber soñado una final así.


Y se acabó el partido. España, campeona de Europa. Tercera Eurocopa. Tercer título consecutivo. La Roja sigue reinando. Iker Casillas, oh capitán, mi capitán, volvía a levantar la copa apuntando hacia el cielo de Kiev. España sigue escribiendo auténtica poesía futbolística. ¡Que no se acabe nunca este sueño!